Por: Editorial Pirata
Fecha publicación: 8 de marzo 2010
Josué Vargas era tan ciego que a duras penas distinguía un yarumo de un cedro, sin embargo su visión era tan profunda que sin mirar siquiera distinguía un atropello de un derecho. No era “políticamente formado” y esa era su fortaleza. “A mí los armados me quitaron hasta el miedo” –fue por eso que decidió regresar al corregimiento de La India en donde encontró correspondencia en los demás campesinos. Con unos y otras abordaron a los de camuflado: FARC, mazetos de Puerto Boyacá y militares del Rafael Reyes en Cimitarra; inermes, fueron enfáticos: “si nos van a matar lo hacen ya, pero si no sepan que esto se acabó”
Sabía que tenía poco tiempo mientras los armados reaccionaban a esta inusual visita y entonces, a sabiendas de que el tiempo corría en su contra, entendió que su esperanza de paz debía soportarse también en una apuesta económica. A diferencia de nosotros “los mortales” no redactó un proyecto y acudió a las agencias de cooperación (que imponen las condiciones so pena de irse con sus euros, con sus dólares), miró a su alrededor y advirtió que eran ricos: tenían las esmeraldas que bajan de Coscuez por el río Minero, la cordillera de La Tipa rebosaba en madera y animales, entonces, deciden formar la Asociación de Trabajadores Campesinos del Carare-ATCC. Por aquel entonces la inflación más baja del país estaba en La India, según lo registró la Facultad de Economía de la Universidad de los Andes.
Miguel Ángel Barajas le escribió a uno de sus hijos: “Muy seguramente con mi trabajo no les deje plata ya que no he trazado mi vida tras de tan mezquina ambición pero sí puedes estar seguro que quedará de tu padre un grato recuerdo entre las masas campesinas del Carare Opón. Y eso, hijo mío, vale mucho. ¿Cuánto? No se sabe. Es imposible cuantificarlo. Sólo espero que comprendas que la vida es cuanto más útil cuanto mayor sea la felicidad que llevemos al mayor número de personas”. Llegó como funcionario del INCORA representando al Estado al que también los campesinos le dijeron: YA BASTA, esta incoherencia hizo brotar su consecuencia y renunció a la entidad que estaba a punto de pensionarlo. Se fue a vivir a La India. Supo entonces que la vida puede tener sentido en un segundo.
Josué y Miguel Ángel se volvieron amigos. Conformaron una simbiosis tal que ni siquiera el musgo se aferra con tal honestidad al árbol. Sabían que su fortaleza era la gente y nunca perdieron la humildad; les era claro que su razón de ser es la comunidad y se supieron parte de ella. Nunca se creyeron superiores: ni más inteligentes o mejor formados. Sabedores de sus falencias entienden que no tenían la verdad, así y con humildad se abren a otros sectores con los cuales construir no solo un proyecto local sino una esperanza nacional. Llegaron personas de aquí y de allá.
Los dos, junto a Saúl Castañeda y Silvia Duzán que hacía un reportaje para Canal 4 de Londres sobre paramilitarismo, fueron asesinados mientras hablaban con pasión profunda acerca de los proyectos de la ATCC.
Hoy, veinte años después, la Comisión Colombiana de Juristas no dejó morir el caso y radicó una demanda ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos contra quienes perpetraron este crimen. Hoy, veinte años después, miro a los nuevos líderes y lideresas a lo largo y ancho del país: totalmente desarraigados de sus comunidades, arrogantes, inconsecuentes e imbuidos en el ego, y entonces pienso que los paramilitares no asesinaron a dos personas, frustraron toda una esperanza, toda una época en donde los líderes no eran otra cosa que voceros de las comunidades. Las hojas que mueve el viento.
Hace veinte años y a estas horas de la noche Josué y Miguel Ángel estaban bajo las estrellas del cielo de La India hablando con un campesino, con un profesor, con el cultivador, con la mujer; escuchaban la palabra sabia de aquellos que sin ser “políticamente formados” eran inequívocamente consecuentes.
En medio del fogón ardiente sus risas rompían el firmamento. Josué era tan cegatón que su amigo Miguel lo acompañaba hasta la vivienda, podía tropezarse con cualquier piedra y caer de bruces. Cuanto faltan nos hace este liderazgo, éstos líderes. Cuanto los hecho de menos…