Comunicación Alternativa // ISSN 2145-390X

ME HERVIA LA SANGRE

Por: Juan Pablo.
Fecha d epublicación: 17 de febrero de 2016.

https://k30.kn3.net/taringa/D/3/2/D/6/D/eddi_2/482.jpgMe hervía la sangre, de los ojos saltaban chispas y a pesar de la lluvia, las venas enrojecidas y azuladas me calentaban las manos. Usted estaba allí en frente, quería irme, pero, su mirada ya había hecho efecto en mí, no la había visto en mi vida, pero sí que la reconocí y sin cordura ni piedad de la tristeza de mis ojos al mirarla, se dio la vuelta y desapareció de mi vista, de mis manos, de mi alegría. Cuánto desearía haber seguido su aroma y llegar a su encuentro, pero tan letal ha sido su mirada, que además de fulminante me estancó en la calle que igual hervía mis pies.

¡¡Marco!!- Gritaron por debajo del silencio de media noche.

Caminaba entonces impulsado por una mano que me apretaba el brazo, ¿yo?, yo sólo seguía en su imagen más que impenetrable. Ya después de unas calles, cuando todo esto se me hacía extraño y comenzaba a escuchar sermones mudos, logré reconocer la mano que impulsaba mi voluntad, sentí que esa mano, junto con su compañera, me apretaban los cachetes con cierta rabia tan común y predecible. Era Leonor, mojada por la lluvia, tibia por la rabia, blanca por mi estado y enamorada por esas circunstancias.

- ¡Ya casi! - Gritó, como si le estuviera escupiendo al diablo.

Ya estaba cansado de sus alegatos, no podía esconderme en mis pensamientos, porque, ella allí llegaba, no podía escribirle estas palabras a usted, porque, ella se entrometía con el ataque de celos de siempre, no podía dormir de espaldas y morder la sabana gritando su nombre en silencio, porque, ella despertaba o me abrazaba o se me montaba o sólo hacía sus estúpidas preguntas, también estaba impaciente. Tomé, pues, su mano con fuerza, me aferré a ella con un poco de salvajismo, la giré en su mismo eje hasta que su rostro me confirmó que su muñeca ya estaba rota, me miraba sin dolor y con tristeza, entonces tuve cavilaciones momentáneas, eran como ráfagas, estaba sorprendido porque aún no había rastro de sangre, la levanté de la lluvia, le tomé del cuello con esa rabia que aumentaba a cada instante, sin alguna razón, sólo me había cansado de su impaciencia para mi impaciencia. La arrastré hacia una pared donde había un trozo de metal punzante, incrustado como si alguien lo hubiera colocado allí para mí, estaba feliz por esa bonita casualidad y por supuesto debía proseguir con más entusiasmo, ¡la incrusté en esa pared! La sangre proveniente de más abajo de su cuello me adoraba, se fue sumisa con la lluvia por la alcantarilla y dejó un aroma salado, delicioso, el aroma de jugo humano que se me volvería encantador desde aquella noche, tan encantador que no recuerdo cuánto tiempo estuve allí, saboreando ese espeso aire, que un suspiro de Leonor me hizo volver en sí. Ya se quedaba sin oxígeno y pues le aflojé la garganta, le quedaba poco, miré en sus ojos, así que le di un último beso, sus labios sabían a sangre y creo que por eso la amé en ese beso corto y frío. Y luego, su cabeza solo se torció hacia adelante, me fui, abandoné, huí.

Llegué a la habitación aún impregnada con el perfume de Leonor, ya se había ido, ya me había dejado, ya estaría allí esperándome, donde el amor es eterno, donde atraviesa tiempo y espacio en una espesa capa de agonía, donde los cuerpos y nosotros pasamos a un estado de mejor humanidad y usted, hoy es y yo, pronto seré.

Ya llegaré, solo déjeme terminar estas palabras para dejarlas aquí en vida, solo con una única dueña, usted mi Leonor del alma y de la vida hasta hoy, mañana, también dueña de mi muerte.


 
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