Un habitante de Ciudad Bolívar muestra un día normal en su barrio, donde el licor y la música de despecho incitan a que la clase popular continúen aletargados ante su real situación.
POR: DÉDALOS.
Es sábado en la tarde, salgo de mi casa para andar un poco y comprar algunas cosas que necesito. Me dirijo hacía la vía principal del Barrio Lucero, la cual a su vez conduce hasta la parte alta de los cerros de Ciudad Bolívar.
Dicha avenida, los fines de semana, se convierte en un mercado persa, en el cual se puede encontrar infinidad de cosas, tanto útiles como banales. Me detengo un momento y me sumerjo en un océano humano, hombres, mujeres y niños pasan por mi lado en un afán desesperado quizás de compra o quizás para mirar simplemente.
Miro hacia mi izquierda y por su fachada e impacto sonoro sobresale una rockola la cual esparce su música a todo volumen ayudada por dos bafles los cuales están a la entrada del negocio. Es curioso, pero estos sitios han venido en aumento, me imagino que tienen gran demanda, ya que pululan por todas partes, son las reinas actuales que desplazaron a los bares o cantinas tradicionales donde vendían licor. Ahora con locales más amplios, silleteria, barra, pista de baile y por supuesto rockola, máquina tragamonedas que sólo funcionan con monedas de sus fieles clientes.
En el centro del local en una mesa múltiple hay un grupo de hombres los cuales están consumiendo licor, beben desaforadamente, pareciera que estuvieran apagando un fuego interno en el cual les carcomiera sus gargantas.
Sus aspectos físicos en general dejan entrever una pobreza permisiva, la cual acompañada por su letargo alcohólico los conlleva a una imagen dantesca de miseria humana. Hay cansancio en sus miradas, sus pieles lucen opacas, manchadas, arrugadas, parecen que son testigas mudas de una sobreexplotación física.
Un gran porcentaje de los habitantes de esta zona de la ciudad laboran en trabajos extenuantes como por ejemplo: Canteras, areneras, ladrilleras, curtiembres, chatarrerías, construcción, etc., oficios en los cuales se sobreexplotan físicamente, y en la mayoría de los casos son mal remunerados económicamente. Al parecer y por sus aspectos físicos, dichos clientes, laboran en algunos de estos oficios o similares.
Desocupan botellas sin cesar, ríen y cuando lo hacen varios de ellos, dejan ver la ausencia de sus dientes delanteros, parecen humildes personajes sacados del aberrante programa de televisión peruano “Laura en América”.
Siguen inmersos en su conversación; tararean el disco del momento, despecho corrido es la música preferida de estos sitios, aquí los reyes del sonido son: Vicente Fernández, Darío Gómez, Alci Acosta, Luís A. Posada, por sólo nombrar unos pocos del ejército de cantautores de música del despecho, la cual en vez de aliviar en algo las penas de los alcoholizados clientes, lo único que hace es incitar al consumo de licor. Pero la industria musical lo sabe perfectamente, que a la clase popular obrera le gusta este ambiente y tipo de música, y por supuesto les da gusto y sacan partido de esta situación con cantantes populares que se desgarran y aúllan al compás de pistas lúgubres y letras que sólo hablan de traición, muerte, dolor, penas, drogas, balas perdidas, licor y dinero fácil. Aspectos con los cuales el común popular se identifica e idealiza, ya sea por sus problemas, sus sueños, o posición socioeconómica. Pero esto, tanto licor como música adolorida, son parte del doping de nuestra alcoholizada clase popular.
En esta localidad es común ver hombres adictos al trago que gastan su poco salario en estos sitios, lo cambian por licor, mientras sus familias aguantan hambre, visten mal y tienen que conseguir o luchar por otro lado para costear arriendo o para poder sobrevivir.
Y mientras esto pasa, los magnates del licor, en el país, siguen llenando sus arcas, de la mano de los caciques de la industria musical.
Esto se ve y es tan cierto como el círculo vicioso, en el cual se encierra nuestra clase popular de Ciudad Bolívar, generación, tras generación se pasa las cadenas perpetuas y esclavizantes de trabajos denigrantes, y para rematar se les entrega a los hijos una cultura popular alcohólica adicta al fútbol, novelas, reinados y realitys.
¿Culpa de quién? ¿Del sistema complaciente y mudo ante la problemática del alcoholismo de nuestro país?
¿De los expendios de alcohol? ¿De la música que insita a su consumo? ¿De la clase popular obrera que se desenvuelve en un medio alcohólico?
¿O culpa de nadie? No quiero hacer cacería de brujas, o culpar a partes externas, pues en gran parte la culpa es de cada quien. Cada persona es libre de tomar el camino que quiera, lo difícil de este asunto es que se están afectando personas que nada tienen que ver con el asunto, lo cierto es que esto es tan sólo un eslabón de la cadena que representa la problemática social que afecta a nuestra comunidad de Ciudad Bolívar.