PERDER ES GANAR BASTANTE
Por: Orlando Sotelo.
Fecha de publicación: 10 de noviembre de 2015.
Foto: Pablo Orozco.
Luego de la victoria del modelo neo-liberal de ciudad propuesto por Peñalosa y la derrota de la “izquierda electoral”, quedan muchas lecciones pero sobre todo muchas perspectivas de lucha.
Es evidente que los doce años de gobiernos de “izquierda” han dejado saldos bastante peligrosos. El primero de ellos es la tecnocratización; se cayó en la lógica de que los problemas de la ciudad se arreglan por la vía de estudios y soluciones dictadas por expertos. Tal como lo expresó Peñalosa: “no habrá política” y fue exactamente lo que ocurrió en estos doce años, se transitó de la política a la politiquería de izquierda, que no es otra cosa que el vaciamiento del contenido ideológico por la transacción clientelista. Fueron doce años en los que se acentuaron las disputas por pequeños feudos políticos, como lo demuestran los resultados en el Concejo: quienes integraron la lista no son militantes del Polo sino grupúsculos de 5 mil o 10 mil votos que pueden trastearse de partido de acuerdo a la coyuntura, muchos en los Verdes o en Progresistas, fueron y volvieron como quien se cambia de vestido.
La izquierda recoge la seguidilla de errores que coincide con la curva de bajada que ocurre también en Latinoamérica, el manejo populista, el asistencialismo, el aburguesamiento, la burocratización y el distanciamiento con los sectores populares son el caldo de cultivo que la oligarquía nacional con apoyo del imperialismo facilitan el ascenso de la derecha.
Todas estas pérdidas, incluida la precaria correlación de fuerzas en el Concejo, son un llamado a la reflexión. La derrota permite tomarse el tiempo necesario para hacer un balance crudo y descarnado, recuperar aquello que caracterizó la izquierda: la capacidad de crítica y auto-crítica tan ajena ahora a esta izquierda electoral. Desde la esperanza que generó el triunfo de Lucho Garzón hasta la lánguida despedida de Petro es necesario dedicar un tiempito para hacer un recuento histórico de lo que allí pasó.
Clara López en su discurso habló del apoyo de los “movimientos sociales” de los cuales no queda sino el cascarón. En el momento del ascenso de Garzón existían más de 15 sectores de convergencia que agrupaban las luchas de sectores de la ciudad, movimientos como los del Tunjuelo, Asamblea Sur, Plan Centro, Mesa Aeropuerto, y otros, terminaron desarticulados y muchos de sus integrantes cooptados por los gobiernos distritales de turno.
De esta triste historia quedan grandes retos: el primero es el de la preparación para contrarrestar el efecto de las políticas ultra-desarrollistas confeccionadas entre Vargas Lleras y Peñalosa, a diferencia de 1998 en las que la izquierda hasta ahora se recuperaba del golpe ocasionado por la caída del socialismo real y en las que apenas surgía la figura de Hugo Chavez, han pasado 15 años en los que el escenario político Latinoamericano ha cambiado. A esto se suma la aceleración de la crisis climática que nos coloca en una situación bastante distinta.
La propuesta Vargas Lleras-Peñalosa apunta a un modelo de ciudad del siglo XX. Con todo el armamento del desarrollismo a ultranza esperan construir una ciudad llena de cemento, que facilite el flujo del capital. Tanto la propuesta de Petro como la de Clara López se encuentran aún bastante lejos de una ciudad que debe prepararse no para el cambio climático como lo demuestran todas las cifras: desde el 2015 como el año más caliente de toda la historia hasta el huracán que batió todos los récords, sino que hay que plantearse un modelo de ciudad que enfrente una crisis civilizatoria.
Es por ello que el argumento de “lo social” como la imagen a vender de estos gobiernos de izquierda, terminaron en realidad administrando la crisis que venía justamente de la debacle neo-liberal de los 90's; lograron frenar todo el acumulado de rebeldía de 10 años de ajustes. Dejaron de lado un elemento fundamental para quienes se auto-denominan de izquierda: la construcción de Poder Popular, de un verdadero empoderamiento de las clases populares, de una democracia real y profunda que permita a la gente común asumir su destino.
Una de las primeras tareas será entonces analizar a fondo el programa de Peñalosa, aprovechar el conocimiento recogido en estos 12 años para definir algunas estrategias de lucha que se pueden dar desde lo jurídico y desde los espacios del Estado Burgués. Profundizar sobre las conexiones que se van a dar entre el gobierno Distrital, el Nacional y Cundinamarca.
Otra tarea importante es recuperar el protagonismo de los movimientos sociales, que pasa no sólo por la reconstrucción de lo que ya existía sino por el apalancamiento de gérmenes de resistencia que existen en la ciudad, pero cuyo potencial se vio frenado por la lógica estatista de la izquierda electoral. Esto nos lleva al problema del poder. Una propuesta de izquierda no puede anquilosarse concentrando el poder en caudillos o aprendices de caudillo que no buscan otra cosa que su interés personal. Los tres gobiernos de la izquierda y Clarita tenían en realidad como objetivo la presidencia de la república. Se trata de hacer un ejercicio que redefina las lógicas del poder, que rescate la ética revolucionaria donde la rotación y la dispersión de éste sean elementos fundantes. No creo que la izquierda soporte de nuevo que personajes como Petro o López sean los que “dirijan” la resistencia ante el gobierno de Peñalosa. A contrapelo del caudillismo, valdría la pena pensarse en un ejercicio que retome los liderazgos colectivos.
Un punto de partida para todo esto, se da en la revisión del POT: Petro dio justamente un ejemplo de lo que no se debe hacer, al expedir un decreto a espaldas de la gente. Esta revisión puede convertirse en una herramienta en la que se debata el concepto de ciudad desde los territorios; barrio por barrio es posible impulsar un debate de fondo que vaya más allá de lo ornamental que presenta Peñalosa. A partir de enero de 2016 es probable que muchos de aquellos que terminaron inmersos por no decir injertos en la administración distrital podrán volver a la calle, de nuevo como compañeros y no como exfuncionarios para empezar una tarea distinta, para emprender la construcción de poder desde la cuadra. Más allá de los cantos de sirena del “desarrollo” de la ciudad es el momento de pensarnos en una civilización sostenible cuya sustentabilidad depende tanto de las transformaciones colectivas como el replanteamiento individual en el que terminamos como consumidores compulsivos que se actúan de la manera más funcional al destructivo modelo capitalista.
El último pero tal vez más importante punto es la reevaluación del electorerismo como estrategia de acción, después de 12 años. Este fracaso no puede terminar en plantearnos qué va a pasar en las próximas presidenciales, sino cómo construir una propuesta de largo plazo en la que llevemos lo electoral a sus justas proporciones. Sería interesante reflexionar sobre ese despliegue de energía y de recursos que se gastan en cada encuentro electoral y si existe la misma proporcionalidad con el resto de luchas cotidianas.
Como lo dijera nuestro filósofo criollo, “perder” puede significar ganar bastante en esta larga lucha.