Comunicación Alternativa // ISSN 2145-390X

CAMINO DE BICICLETA 20

(Kamino de bisikleta, rrekorrido beinte)
 

 

 

AJEDRÉZ

Uno no siempre hace lo que quiere

pero tiene el derecho de no hacer

lo que no quiere(…)

porque es mejor llorar que traicionar

porque es mejor llorar que traicionarse

llorá

pero no olvides

MARIO BENEDETTI.

 
 
 

En muchos lugares se dice que Kennedy tiene un movimiento organizacional fuerte, que aquí la cosa va bien. Quienes estamos aquí asistimos con emoción a los festivales (como el de la Chucua de la Vaca) o a marchas (como la del primero de mayo por toda la primero de mayo), y sentimos que no sólo tenemos ideas comunes, sino que además ya muchos nos conocemos. Quizás el hecho de haber consolidado esos lazos de amistad en torno a objetivos comunes es lo que nos ha permitido fortalecer las organizaciones. Sin embargo, pareciera que la presión que ejerce el sistema capitalista sobre nuestras comunidades es cada vez más grande y menos visible.

 

 

 

Después de que los movimientos insurgentes firmaran tratados de paz y fueran traicionados por el Estado, como el caso de las FARC en la Unión Patriótica y el M19, las organizaciones sociales tomaron varios caminos pues en la época se consideraba que cualquier posibilidad de participación era una actividad insurgente (hoy en día se habla de democracia participativa). Algunas organizaciones fueron cooptadas por el gobierno o creadas por sus amigos para convertir el desarrollo social en un negocio. Otras se quedaron en el territorio con esporádicas acciones, esperando a que se pudiera dar un trabajo fuerte con la comunidad después de las olas de muertes. Y muchas otras desaparecieron porque no soportaron los amigos muertos y la constante presión del Estado.   

 

 

 

El panorama que tenemos hoy en día no es más alentador. Es la evolución de estas tres vertientes. Por un lado tenemos grandes Fundaciones o Corporaciones de otros territorios o auspiciadas por emporios económicos, que son los peces grandes que administran los presupuestos existentes desde la administración central y manosean a las organizaciones sociales o a los desprevenidos, infectándolos con talleritis y con dos o tres actividades aisladas que no están enmarcadas dentro de un proceso y por eso no tendrán una real continuidad.

 

 

 

Por otro lado están las organizaciones que hacen su apuesta por el trabajo de base, la autogestión en el mejor de los casos, o la gestión de recursos para desarrollar propuestas de trabajo comunitario con cierta regularidad. Uno de los problemas de estas organizaciones se relaciona con el de la mayoría de los colombianos a excepción de la familia presidencial: cada vez se trabaja más y se gana menos (pues claro porque nosotros, a través de impuestos y gasolina pagaremos el precio incrementado de la zona franca de Mosquera de los hijos del presidente -eso que yo ando en cicla- y todavía hay mentirosos y tontos que les creen que es cuestión de envidia, sin saber que todos pagaremos esa plata). Entonces ya no queda tiempo para reunirse con la gente a cuadrar un cine foro, un comité de redacción, una siembra, una jornada cultural, nada, estamos trabajando.

 

 

 

De igual manera, la incidencia de la institucionalidad ha decaído en un manoseo de la población, ya que los funcionarios son una cuota política que no entiende de los procesos y burocratiza las acciones convirtiéndolas en papeles; condenando a la población al asistencialismo, a vivir de las migajas de un proyecto o de promesas de transformación. Por tal razón las organizaciones que quieren trabajar dentro del territorio y administrar los recursos para tal fin, buscando generar espacios laborales con la misma comunidad del territorio, se ven cooptados por aparatos como la ley 80, que disminuye sustancialmente las posibilidades de que las pequeñas organizaciones puedan acceder a los recursos gubernamentales para el desarrollo de las comunidades. Si bien es cierto que la autogestión es un proceso más digno, es preciso comprender, que hay recursos para el desarrollo de las comunidades, recogidos con los impuestos que pagamos todos, que están siendo mal administrados, además, como se decía anteriormente, la gente cada vez tiene menos tiempo para pagar los robos del gobierno y las armas con las que nos inventan guerras.

 

 

 

La criminalización de los movimientos sociales es una de las cargas más pesadas para las organizaciones. Esta práctica es de vieja data y se basa en comentarios, leyes y acciones promovidas desde el mismo gobierno que relacionan a las organizaciones sociales con guerrilla vestida de civil. Con este argumento los organismos estatales y paraestatales han asesinado a miles de colombianos que sólo buscaban la paz mediante los mecanismos constitucionales y el desarrollo de sus comunidades. Luis Vélez, gobernador indígena asesinado el 18 de mayo sería uno de los casos más recientes (qué diferencia con Mario Benedetti, sin embargo hablaron más de él en los medios que de Luis). No hay que olvidar los asesinatos de indígenas propiciados por la guerrilla, es decir que les quitan la vida por todos los lados.

 

 

 

Actualmente en el país se violan descaradamente los derechos humanos. En dicho exterminio también caben los miembros de organizaciones sociales cuyo trabajo es la defensa de los derechos humanos. Entre los sucesos más cercanos que demuestran esta práctica propiciada por el gobierno están: las interceptaciones hechas por el DAS (organismo de seguridad del gobierno) a defensores de derechos humanos, los volantes repartidos por todo el país sin el control de la policía (lo que dice que el paramilitarismo se ha fortalecido hasta el punto de volantiar al país ¿cuál desmovilización?), el renacimiento del sicariato y por supuesto el manejo que nos hacen los medios para que todo suene bien y vayamos considerando la reelección.

 

 

 

Todo es un mecanismo finamente construido para destruir los procesos de organización social y condenarnos a la centralización de recursos, a la monarquía vestida de democracia y por eso no es extraño que dos candidatos presidenciales sean descendientes de expresidentes. Hasta en nuestro discurso se nota a veces el poder que ejerce el sistema: mucho discurso y poca acción, mucha enumeración de problemas y poca propuesta, mucho divagar y poco compromiso, mucha utopía y poca realidad.

 

 

 

No es fácil lidiar con tantos problemas al tiempo, pero sabemos que ese es el camino porque hemos tenido experiencias de encontrarnos como hermanos, aprendiendo mejor entre todos y ahora no estamos solos, ni encerrados totalmente en la sociedad de consumo. No sabemos cómo se dará la revolución que estamos buscando (aunque tenemos algunas propuestas innovadoras), entendemos por revolución un acto consciente enmarcado en procesos de educación popular que nos permitan construir de la mano con la comunidad nuestras propias soluciones y el renacer ético del ser humano. Cada uno de nosotros primero, porque la primera pelea es consigo mismo y con sus voluntades para sumarlas a voluntades colectivas y dejar de ser peones.

 

Sabemos también que la violencia es un camino agotado en nuestra sociedad reprimida y masacrada, por eso sólo nos queda el camino de la organización social, sembrando entre abrojos puestos por el gobierno pues no le conviene que la gente se entere de que la transformación social se da entre todos y que se puede incidir en el territorio propio sin ellos. Es decir, se aprende en el trabajo colectivo que es más lo que nos quita el gobierno, que la ilusión que nos da ¿Por qué todos los días tenemos la sospecha de que todo va mal, pero a la vez llega la impotencia, la resignación y el olvido los fines de semana, para que el lunes sea día de trabajo sin horas extra? Sí, señor lector, no lee mal: los que se hacen llamar buenos son los malos, es decir, que nos cambiaron la película a punta de telenovelas. Si bien la realidad colectiva es más dura que la ilusión, ese es el único camino para que nos encontremos con nuestras realidades, dejemos atrás el pasado, y construyamos entre todos un mundo nuevo. Otro mundo es posible.  

 

 

 
   ¡Ya! ni, sé.

 
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