Comunicación Alternativa // ISSN 2145-390X

EL MALDITO PROYECTO

Por: Camilo de los Milagros
Fecha de publicación: 12 de septiembre de 2010
Contacto:
camilodelosmilagros@hotmail.com
 

Ahora que debo empezar un proyecto de grado surgen consideraciones y reflexiones propias del momento: cómo se formula un proyecto, para qué sirve, sus implicaciones, sus limitantes. No creo posibles – o mejor viables – los proyectos en torno a temas literarios, porque son tan extravagantes como inservibles, mezcla de un afán ciego y desaforado por adecuarse a las formalidades y requerimientos de la ciencia moderna, pero más que de la ciencia, de las academias y sus majaderas normas barrocas: “aproximación a la narrativa de no sé quién y no sé dónde”, “lo erótico en la poesía de tal y cual”, “una hermenéutica de esta y aquella otra carajada”, así una larga enumeración de asuntos y temas tratados con la objetividad de un físico cuántico que se aproxima a un autor o una bella obra con el propósito de “estudiarla”, es decir, destruirla.  

 

Los proyectos constituyen como muchas de las esferas de la vida contemporánea, una racionalización y planeación de la actividad humana, y claro está, de la actividad científica, artística e investigativa. No quiere decir que no sean o hayan sido necesarios, pero como tantas y tantas cosas que siguen su curso natural, acaban por envejecer como modelo académico y científico entonces se convierten en seres cancerosos y virulentos opuestos a sí mismos, rémoras que impiden el desarrollo del conocimiento y su integración. Además, los proyectos obedecen a una línea de administración y gestión ampliamente desarrollada y difundida por el capitalismo moderno – lo que los hace ya bastante sospechosos – evaluándose y midiéndose como se mide todo en el capitalismo moderno: más resultados, más eficiencia, más producción, más gestión, mejores índices, mejores logros, convirtiendo todo en una tiranía de la excelencia y la pulcritud que lleva irremediablemente a la mediocridad ¿cómo, la mediocridad? Sí, pues veremos, no han sido ni serán por siempre el mecanismo ideal del conocimiento sino de su mutilación.
 

Imaginad por un momento al enérgico y barbudo Marx, sentado en su biblioteca de Londres formulando el siguiente proyecto para realizar El Capital: "Crítica de la economía política. Objeto de estudio: todo el sistema capitalista desde sus remotos orígenes, su desarrollo y autodesenvolvimiento, el surgimiento de sus contradicciones, hasta su disolución, además de otros modos de producción anteriores e incluso los posibles venideros. Tiempo de realización: Toda mi vida y no acabaré. Objetivo general: darle a la burguesía un golpe del que jamás pueda recuperarse…” evidentemente nadie lo hubiera aprobado, e incluso se diría que el objetivo general era irrealizable, aunque como se vio luego, se cumplió.
 

O pensad en el venerable Hegel esperando recursos de alguna ONG alemana para sus trabajos filosóficos, le piden que delimite el campo de estudios: “Tema: el desarrollo de la idea absoluta, es decir, todo el conocimiento humano en sí y para sí, en cuanto es y en cuanto no es, desde la antigüedad hasta el Estado Prusiano de mi época” los directivos de la ONG consideran que es un tema muy amplio y no aprueban los recursos, así como no le aprueban a un tal Jean Paul Sartre que tiene un tema más amplio y confuso aún: “El ser y la nada”. Por favor señor Sartre, le dicen, delimite su campo de trabajo a un ser concreto y específico, digamos algo así como “los bebés recién nacidos con RH A + en situación de riesgo y vulnerabilidad del sector sur de Ciudad Bolívar en Bogotá” o “los niños bobos entre 10 y 11 años de este o aquel colegio” o “las tesis de grado publicadas sobre el Palacio de Justicia en la Universidad Tecnológica de Pereira a partir del 2010”.

  

Sin duda el filósofo Ciorán se hubiera suicidado al descubrir que se necesitan objetivos para los proyectos, y él que no encontraba siquiera un motivo que valiera la pena para la vida no toleraría semejante trascendentalismo, aunque después no encontró tampoco motivos que valieran la pena para la muerte y no se suicidó, se murió de viejo: un motivo en últimas muy antiguo. Cervantes a lo mejor habría sido diseñador de guías turísticas sobre la Mancha y la Sierra Morena en España, aunque habría sido muy ineficaz porque empezaría diciendo que no se acordaba de nada: sus proyectos – no aprobados, por supuesto – reposarían en fríos archivadores, no en la tradición y memoria colectiva de los pueblos de habla hispana.

 

Mr. Charles Darwin necesitaría para su Origen de las especies, en la casilla de Recursos, un viaje en barco a través de todo el globo, con paradas en varios continentes e islas perdidas recolectando datos y muestras. ¡Por Dios Mr. Darwin, sea más austero y económico, estamos en recesión!

 

Si Michel Foucault estuviera vivo tal vez aduciría que este apogeo de los proyectos, tan rígidos y delimitados, tan severamente racionales y meticulosos, obedece a una etapa epistemológica  del control y planeación absoluto de la minucia, como hubo en su momento la descripción de semejanzas y diferencias de los naturalistas y economistas o el trascendentalismo de las ciencias y filosofías de los siglos XVIII y XIX que en alguna medida se propusieron – desde Kant hasta Marx, Darwin o Comte – construir teorías integradoras y sistemáticas para abordar grandes campos de la realidad o incluso toda la realidad, la totalidad

 

Lo que se perdió con la muerte de los “meta relatos”, del trascendentalismo y absolutismo decimonónico fue, nada más y nada menos que la capacidad de ver el mundo como un todo, no como una caótica y súper-híper-mega-re-contra-fragmentada colección de pequeñas partes y campos de conocimiento. Ha sido de las peores herencias de la “post”-modernidad, que se maravilla al descubrir más y más minucias pero no encuentra la forma como estas minucias hacen parte de grandes sistemas, tendencias o leyes; se relacionan entre sí, se determinan o se subyacen. De este modo, la academia y buena parte de la ciencia contemporánea se encuentran perdidas en el laberinto de la particularidad y necesitan una salida que les permita, como en el vuelo de Ícaro y plagiando al pobre Foucault que va a revolcarse en su tumba, ver desde arriba las continuidades y discontinuidades, en otras palabras, las leyes generales e integradoras que determinan la particularidad y la minucia.

 

Todo esto para decir que la realidad se interconecta entre sí, es multidependiente, por lo tanto los proyectos son mutilaciones aberrantes y criminales de la investigación. El gran mérito de aquellos pensadores y artistas de siglos anteriores consistió precisamente en enfrentarse como minúsculos e imperfectos humanos a la avasalladora totalidad: por eso Balzac, Marx, Dostoievski, Beethoven, Darwin, Kant o Rousseau son verdaderos gigantes del pensamiento, porque desafiaron sus límites, se atrevieron a saltar a un abismo de infinitas posibilidades y peligros en un intento de atrapar la totalidad, donde nada es nunca seguro: el conocimiento, la verdad. 

 

Ellos estaban lidiando con el imposible: pero eso no es acertado para un proyecto, porque su mejor característica es que sea viable, posible, realizable. ¿Puedo acaso realizar, encontrar la verdad, en un proyecto de grado? ¿Puedo esclarecer lo no esclarecido, delimitar lo indefinible? ¿Explicar el horror, acaso es viable este objetivo: “delimitar los límites de la tortura y la barbarie”?  
 

Ante esta burocratización del conocimiento que representan los proyectos, que además deben contar con el beneplácito del que posee el dinero o la autoridad institucional para hacerlos válidos, no queda otra posibilidad que pensar en la muerte de la academia, incapaz ya por sus mismas contradicciones de impulsar y alentar el conocimiento humano, convertida cada vez más en el “refugio seguro de los mediocres” como decían los estudiantes rebeldes del manifiesto de Córdoba en 1918, o mejor en una sofisticada y rentable industria cultural que aporta fabulosos dividendos a sus cortesanos.

 

Bien, todo esto para decirles que he empezado a trabajar en un proyecto de grado sobre la literatura escrita acerca de los sucesos del Palacio de Justicia en 1985, y espero sus aportes, ayudas o críticas destructivas.

 

Hay entre ustedes estudiantes, amigos, amores – reales, virtuales, imaginarios – profesores, intelectuales, personas vinculadas al sector judicial que podrían ayudar muchísimo, e incluso sospecho hasta policías. Enviaré los escritos sobre el Palacio y si lo consideran hagan sus comentarios. Este año precisamente se cumplirán dos décadas y media de los lamentables hechos en el Palacio de Justicia, y es una oportunidad pertinente para hacer uso de una facultad cada vez más inusual entre nosotros: la memoria.

Así es que voy a formular, aunque sea para nosotros solitos, las características de nuestro proyecto: TEMA: el horror, lo imposible y la literatura. TIEMPO: el que nos quede aún. JUSTIFICACIÓN: intentar explicar lo inexplicable. MARCO TEÓRICO y REFERENCIAL: la historia política y literaria Colombiana de los últimos 200 años. OBJETIVO: corroer la democracia “maestro”.

 
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