CARAVANA BLANCA PIDE ACUERDO HUMANITARIO.
Crónica de viaje de la Caravana que partió de Bogotá hasta San José del Guaviare, en el periplo por la solución política del conflicto armado que padece Colombia. Exclusivo.
G.A.C.R.
El pasado viernes 23 de mayo partió de Bogotá la Caravana por el Acuerdo Humanitario, hacia San José del Guaviare; iniciativa del alcalde de esta ciudad, Pedro Arenas, y que contó con el respaldo de organizaciones e instituciones que se sumaron a esta movilización. Desde la Plaza de Bolívar salieron una serie de buses que tenían como fin transportar a las personas durante ese fin de semana hasta El Retorno, municipio cercano a San José de Guaviare, y epicentro de las últimas liberaciones de rehenes de las FARC. De una forma calculada, el presidente Álvaro Uribe Vélez decidió realizar el sábado 24 de mayo, día de movilización hacia San José, su Consejo Comunitario en Florida, uno de los dos municipios del Valle que la guerrilla ha pedido despejar para dialogar en torno al Acuerdo Humanitario y la solución política del conflicto. Por lo tanto, las condiciones estuvieron dadas para sentar una posición popular en torno a este tema de trascendencia internacional.
Mientras algunas organizaciones de manera independiente se alejaron escoltados de la Plaza de Bolívar, un puñado de ciudadanos pertenecientes a Juntas de Acción comunal, medios de comunicación comunitarios, y funcionarios de la alcaldía mayor, se quedaron a la espera de tres buses, que de manera abrupta llegaron apenas a las 7 p.m. de ese día, hora en que ya habían llegado los demás vehículos de la “caravana” a Villavicencio, para pasar la primera noche allí. Como se ve, la disgregación fue oficial; mientras una serie de buses tuvieron a su servicio la seguridad que se necesitaba para esta caravana y el seguimiento de los medios de comunicación, otro par, con una población cansada, salió sólo y sin acompañamiento de Bogotá. Los buses en los que un grupo salió de la capital del país llegaron a la capital del Meta hacia las dos de la mañana.
El sábado 24, ahora sí, hubo Caravana, pues desde la plaza principal de Villavicencio se arrancó rumbo al Guaviare. Hasta ese momento, aún retumbaba en los medios de comunicación la movilización, integrada ésta por los familiares de policías y soldados retenidos por las FARC, jóvenes, músicos, observadores internacionales, medios de comunicación alternativos, funcionarios públicos, JAC´s, etc. Algunos iban con la intención de exigir la libertad de los secuestrados sin condiciones, pero la gran mayoría colocaba en primer orden la vía del diálogo, el Acuerdo Humanitario, como solución al conflicto. Mientras avanzaba la caravana, el presidente de la República instalaba el consejo comunal en Florida, preparando su discurso de ofensas y calumnias proferidas ese día: Por un lado, ordenó detener y reprender toda protesta popular que “afecte el orden público”, y por el otro, puso en riesgo la integridad de dos senadores que han defendido los derechos laborales y civiles de la población, uno de ellos, Alexander López, del Polo Democrático Alternativo, acusándoles con diatribas y sin argumentos sus posiciones de protesta. En una especie de respuesta a la Caravana, convocada desde la alcaldía de San José del Guaviare, este consejo comunal tuvo como epicentro uno de los dos municipios que Uribe se ha negado a desmilitarizar en pro de una negociación real de paz. Algunos cabecillas de las FARC han señalado que solamente se necesitarían 48 horas de despeje con diálogo, para lograr los primeros acuerdos; entonces, ¿cuál es la reticencia del actual gobierno, o en qué se basa para negar la palabra, y por el contrario incrementar los niveles de guerra que padece el pueblo colombiano? Acabar con las FARC a fuego es la consigna del Estado, que induce a la opinión pública a ver la solución en su aniquilamiento, pues es el único problema. Las FARC no son el problema, su exterminio no va a acabar con las condiciones de desigualdad, de hambre, de corrupción, de pobreza, que se siente a diario en todos los pueblos de Colombia.
En el camino a San José del Guaviare se discutían todos estos temas, pues la gente era consciente de su papel político que desempeñaba en esta Caravana. Durante el transcurso una noticia de alto calibre empezó a sonar: Manuel Marulanda estaba muerto. Mientras todos apenas trataban de asimilar el hecho, en el pie de monte llanero tembló, y su repercusión se sintió más hacia el centro del país; esto perjudicó posteriormente el regreso de la Caravana. Efectivamente la política de guerra no pudo aniquilar la vida del máximo comandante de la guerrilla colombiana, sino que su muerte natural da testimonio de la tenacidad y perseverancia del valor que este hombre encarnó en las filas de la insurgencia, y del ejemplo en general para toda la población colombiana, de un hombre dedicado a su causa, consecuente y entregado como vida revolucionaria. Ni las balas ni las bombas, pudieron ser la excusa esta vez para celebrar, como sí pasó con el asesinato de “Raúl Reyes”, vocero para el Intercambio Humanitario. Si el gobierno estuviera en aras de conseguir la paz, no hubiese matado al principal interlocutor de la guerrilla de una forma tan sediciosa como lo hizo; “Raúl Reyes” servía más vivo que muerto.
La llegada a San José fue acompañada a lado y lado de la vía por la población; la Caravana fue recibida por grupos musicales, niños, mujeres, hombres, algunos con banderas blancas o tricolor nacional, pero siempre con la conciencia de una solución política al conflicto: El Acuerdo Humanitario. En la plaza de esta ciudad, el alcalde convocante fue muy claro en su discurso, refiriéndose al Ejecutivo, afirmó que “de una vez por todas cese en sus empeños guerreristas, y más bien, de una vez por todas, remuevan lo que han llamado los liberados, los inamovibles, para que se dé más temprano que tarde la libertad de los secuestrados, del acuerdo humanitario y se dé de una vez por todas, la atenuación y una salida civilista, una salida, humanista, al conflicto que ha desangrado nuestro país y que ha desangrado a nuestro Guaviare.” Es decir, que así como la solución no es el exterminio de la guerrilla, porque los problemas sociales de fondo perdurarían, la libertad de los plagiados tampoco es su rescate por la vía militar, opción que nunca han aceptado los propios familiares; el afán guerrerista, de positivos, de abatimientos y de bajas en combate, no da tregua para que se presente un sentido humano en medio de la guerra. En el acto cultural nocturno, asistió el cantante Cesar López, embajador de buena voluntad de las Naciones Unidas, que a través de su escopetarra, guitarra hecha a partir de lo que fuera un fusil, criticó la forma con la cual el sistema pretende llegar a la paz, por medio de la guerra. Su intervención musical, breve pero concisa, no solamente la disfrutó el pueblo de San José sino también de El Retorno, lugar en donde se siente la presencia militar a través del cerco “humanitario”, que pretende doblegar a la guerrilla y obligarla a desplazarse al sur del país.
El domingo 25 de mayo, con dos noticias de trascendencia nacional que opacaban la Caravana como evento masivo de opinión (el lamentable temblor que sacudió Cundinamarca y Meta, y la muerte de “Tirofijo”), la comunidad de San José del Guaviare se unió a los capitalinos para desplazarse al Retorno. Entre más la Caravana avanzaba hacia la selva, aunque literalmente nunca llegó, se sentían los efectos de la política de “seguridad democrática” en la población: El control es total en esta zona, ahora, de dominio paramilitar; los policías, incluso de carreteras, portan armas de largo alcance, como metralletas, fusiles, y demás elementos bélicos que no solamente sirven para combatir a la guerrilla sino también para intimidar a la población civil inmersa en una guerra por el control de la rica tierra de la selva colombiana. La policía, en estos lugares del país, nunca es de carácter civil, como pregona la Constitución Política de 1991, sino que, gracias al manejo que el Ministerio de Defensa da a la institución, contempla las mismas características militares del aparato de guerra estatal. La policía, como lo han dicho muchas personas, incluso el actual acusado del nuevo escándalo, Wilson Borja, debería ser manejada por el Ministerio del Interior, para que en verdad tienda a lo civil.
Debido a que los gobernantes de la región, convocantes de esta Gran Caravana por el Acuerdo Humanitario, siempre mantuvieron su postura crítica de denuncia a la guerrilla pero también al gobierno por no querer sentarse a negociar y empeñarse en la vía guerrerista como salida, en El Retorno y de ahí en adelante, la movilización se perdió del ámbito nacional por no tener el acompañamiento de los medios. En El Retorno se marchó en clamor del Acuerdo Humanitario, “porque el pueblo se lo ganó”, gritaban algunos. La marcha blanca hizo sentir su presencia de acompañamiento y solidaridad con este fragmento de pueblo colombiano. En este lugar se leyó la declaración de los participantes de la caravana; los dos principales puntos son: Continuar en el empeño de buscar la negociación política al conflicto armado que padece el país, y aunar esfuerzos para realizar una movilización de carácter nacional que propenda por sentar las bases de un movimiento civil amplio, fuerte e incisorio frente a las normas nacionales dictatoriales.
De las dos partes del conflicto, la oficial ha sido la más reticente a construir patria a partir del diálogo y reconocer al otro como un actor político beligerante, que tiene cosas por contar. El gobierno, a través de la maquinaria mediática, ha dicho que espera que el nuevo comandante de las FARC, Fidel Cano, busque un Acuerdo Humanitario, ocultando con esta afirmación que el principal responsable de no sentarse a negociar es el propio Uribe, quien soslayadamente se ha atrevido a decir que “Raúl Reyes era el principal obstáculo para la paz”, olvidando de plano sus contactos con la senadora Piedad Córdoba y el presidente Hugo Chávez, que buscaban evidenciar actos de buena voluntad con la libertad de los rehenes. Entonces, la institución también se ha aprovechado del pedido reiterativo de Acuerdo Humanitario para sus fines, ya sea para limpiar culpas o acusar a la oposición de sus supuestos vínculos con las FARC, que han ayudado a montar el espectáculo de la Farcpolítica, en detrimento de la vida y honra de las personas implicadas. En las actuales circunstancias todo aquel que se atreve a levantar la voz, acompañar a las víctimas, e incluso ser víctima, es catalogado de apátrida, de terrorista, y, por ende, de guerrillero vestido de civil.
La Caravana nunca pretendió apoyar las labores del Ejecutivo, sino de pedirle una posición seria en este asunto de la paz de Colombia. La Caravana, asimismo, condenó la práctica del secuestro como forma de guerra. La caravana, tuvo que retornar por la vía Casanare – Boyacá – Cundinamarca, debido al impedimento en la vía Villavicencio – Bogotá, sola y sin seguridad; los acompañantes sintieron el abandono de todas las instituciones por garantizar un regreso seguro. Se llegó un día después del acordado, el lunes 26 de mayo, debido a los derrumbes en la vía Bogotá – Villavicencio, que obligaron a llegar por el norte de la ciudad y no por el sur, como es lo usual. Esta Caravana sólo fue testigo de una ínfima parte de las angustias de la población, ya que su recorrido se efectuó por vías que, apenas días antes, fueron embellecidas; algunos habitantes también atinaron a decir que esto se trataba de un “montaje”, en alusión a que lo observado no era lo cotidiano. Y tenían razón, porque nos faltó ver la esclavitud a la que son sometidos los indígenas Nukak Makú por los grupos paramilitares que hacen las veces de narcotraficantes en la región; nos faltó ver, aunque oímos, a la población de los indígenas guayaberos que se ven obligados a pedir limosna en las calles, y vender su cultura como si fuese moda; nos faltó ver al guerrillero que permanece en la zona, y que suspira por tiempos pasados, donde caminaban tranquilamente entre la población civil; vimos un cementerio con muchos N.N. en El Retorno, pero nos faltó ver las consecuencias del cerco militar que pretende matar, mas que rescatar, a los secuestrados. En estas circunstancias, se hace necesaria la vía política como solución al conflicto armado, en vez de continuar enviando helicópteros para que regresen vacíos, como cantó Cesar López en El Retorno.