Por: Movimiento Jaime Bateman CayóN (MJBC).
Fecha de publicación: 15 de noviembre de 2012.
Hoy, el Movimiento Jaime Bateman Cayón hace presencia en este espacio, junto a los hermanos de otras organizaciones clandestinas, para dar a conocer algunos aportes, puntos de vista y argumentaciones que nos sirvan para problematizar, analizar y profundizar realmente los cuestionamientos acerca del uso de la acción directa como expresión del movimiento, no solamente estudiantil diríamos, sino más bien universitario, porque en dichas acciones intervienen además del estudiante: trabajadores, profesores, funcionarios y explotados en general, que han unido y siguen uniendo demandas coyunturales y proyectos de país que se hacen urgentes y que, valga aclarar, la mayoría de veces sólo encuentran canales de expresión y visibilización reales mediante las vías de hecho, mediante expresiones de fuerza, haciendo plausible en la práctica la sentencia de Alvaro Fayad que señala que “en este país sólo se oye y se toma en serio a aquel que habla duro, a aquel que habla con fuerza y si es posible, con armas”.
En este sentido, y como punto de partida de este análisis que presentamos ante ustedes, reconocemos que el mundo universitario está constituido por una multiplicidad de actores, entre los cuales el estudiante, aunque sea el ingrediente mayoritario y también el más activo, eso hay que decirlo, también es cierto que no es el único. Por tanto, si se habla de acción colectiva violenta al interior del alma máter es necesario aclarar que ésta rebasa por amplio margen la cárcel analítica que intenta identificar este fenómeno como meramente estudiantil. La acción colectiva violenta pone de manifiesto el hecho de que no es solamente el estudiante quien participa de este fenómeno, sino también un gran número de trabajadores, egresados, docentes y funcionarios que hacen parte de la comunidad universitaria. Un ejemplo de esto es el paro de trabajadores de esta universidad iniciado la semana pasada, paro que de no tener una solución concertada es muy posible que el otro semestre pase a escenarios de confrontación similares a los que utilizamos nosotros. Las vías de hecho en sus diferentes expresiones y niveles son usadas en diversos momentos por cada uno de estos actores, pero todas tienen un factor común: la falta de canales de comunicación, la ausencia total de puertas de dialogo y la sordera institucional que no permite la incidencia real, concreta y palpable de la comunidad universitaria en las decisiones importantes que se toman sobre el rumbo de la universidad.
Señalamos entonces que más que hablar de “acción colectiva violenta en el movimiento estudiantil”, título que lleva este foro, es más acertado, desde nuestra perspectiva, hablar de “acción colectiva violenta en el mundo universitario” o “en el contexto universitario”, porque en esta acepción se recoge esa multiplicidad de la que estamos hablando y que vincula desde diferentes perspectivas a una comunidad heterogénea, esa que nosotros llamamos comunidad universitaria. Esto, más que una simple corrección de forma, más que una reducción lingüística al estilo de los Habermasianos empedernidos, es fundamentalmente una apuesta política profunda: es un intento por acabar con los exclusivismos estudiantiles, por acabar con la “estudiantefilia” exacerbada que ha contribuido a la invisibilización histórica de los aportes y contribuciones de estos otros actores, especialmente el de los trabajadores de la universidad. Partiendo de esta precisión analítica, que puede ayudar a ampliar el horizonte de estos foros, damos paso a la pregunta fundamental de esta ponencia, objetivo central de esta intervención.
¿Por qué el uso de la violencia como forma de expresión del movimiento universitario colombiano?
Lo primero que hay que señalar aquí es que la acción violenta organizada, independientemente de que nos guste o no, de que la legitimemos o la rechacemos, de que la practiquemos o la repudiemos, es una realidad política, un hecho político concreto, insoslayable, que hoy por hoy, para bien o para mal, se encuentra en el centro de los debates estudiantiles, en los debates de pasillo, pero también en boga de los grandes medios de desinformación criollos que intentan apuntalar desde allí las concepciones dominantes del régimen. El reconocimiento de este fenómeno como práctica consustancial a los modos de protesta hace urgente e inevitable que se comiencen a abrir escenarios horizontales de discusión que permitan dialogar, más detenidamente, a las organizaciones clandestinas con el resto de expresiones estudiantiles, sindicales y gremiales que se juntan en el contexto universitario, como también con los estudiantes de a pie, que no tienen ningún tipo de filiación política directa pero que no por ello deben ser ignorados o desestimados como actores del mismo contexto, pues en realidad, estos constituyen la mayoría de la población de la universidad.
Colombia, país cuya clase dominante lo ha mantenido sumido en una violencia secular y sistemática, con más de 60 años de conflicto social y armado permanentes, es hoy el lugar más peligroso del mundo ¡óiganlo bien! El lugar más peligroso del mundo para ejercer cualquier tipo de actividad reivindicativa, este es el contexto específico en el cual se han configurado y condicionado los escenarios de protesta y las formas de resistencia de nuestros pueblos. Las permanentes violaciones a los DDHH, la vasta sinfonía de masacres y asesinatos selectivos, constituyen el panorama bajo el cual las diferentes expresiones del movimiento social y popular colombiano han tenido que luchar y organizarse, entre ellas, el caso concreto del movimiento universitario. El Estado colombiano, magister en tortura y desaparición, es el campeón mundial en asesinato a sindicalistas: nuestro país aporta cada año más de la mitad de los asesinatos a este gremio en todo el mundo, lo que nos ha llevado a acumular más de 3000 sindicalistas asesinados tan solo en los últimos 25 años [Leer: panorama del sindicalismo en Colombia]. Además, los gobiernos de las últimas décadas se han encargado de catapultarnos como los líderes incuestionables en materia de desigualdad social de toda América y de conseguirnos el tercer puesto a nivel mundial. Se han puesto a la tarea, igualmente, de convertirnos en el país con las mayores tasas de desempleo en la región, al tiempo que mantienen nefastos niveles de explotación infantil que superan los dos millones de casos entre los niños y niñas más humildes de nuestro territorio. Se han asegurado, sin rubor en sus rostros, de configurar una “nación” con más de 20 millones de personas en condición de pobreza y otras 8 millones sumergidas en la miseria absoluta, mientras el 10% más rico se lleva a sus arcas ¡pónganle cuidado!, día tras día, más de la mitad del Producto Interno Bruto nacional. Cuando hablamos de las particularidades de la protesta urbana en Colombia, ponemos de relieve estas cifras que, más que un elogio a la estadística, constituyen un panorama bastante claro de lo riesgoso que resulta ejercer el derecho a la protesta social, paradójicamente, en un país donde hasta los más básicos derechos le siguen siendo negados a la mayoría del pueblo. Colombia sigue siendo hoy, como dijo Iván Márquez en la apertura de los diálogos de paz, “el macondo de la barbarie y la injusticia”.
Es en ese macondo de la barbarie y de la injusticia donde el movimiento universitario ha tenido que desenvolverse y organizarse para la lucha reivindicativa y política. ¡No en otro! Un movimiento universitario, valga aclarar, que le tocó vivir la masacre y el exterminio de partidos completos, como el caso de la Unión Patriótica o de la organización política “A luchar”.
Es en este contexto donde surge la necesidad de proteger la vida, de salvaguardar la vida sin renunciar a la protesta social, sin renunciar a la movilización política en un contexto de guerra sucia, es así como se da la utilización consciente y organizada de la capucha como método para cumplir estas dos metas: manifestarse social y políticamente y la más importante, la más elemental: sobrevivir. Hoy se nos pregunta en cada ocasión en la que hacemos presencia el porqué de la capucha, y nosotros contestamos lo mismo de siempre, lo mismo de hace casi 20 años. Algunos creen que es porque somos anacrónicos, enamorados del pasado, idiotas útiles, neandertales del pensamiento, pero nosotros contestamos lo mismo por una razón que es simple y sencilla: en 20 años Colombia, aunque la fachada democrática sea distinta, en el fondo no ha cambiado nada. Se siguen masacrando campesinos, estudiantes y sindicalistas a granel. Una de las razones por las que nació esta organización es precisamente esa: nos tocó ver como uno a uno iban cayendo compañeros, trabajadores y artistas populares, y por esto nos alejamos de cualquier escenario de participación legal. Esta es la historia de muchas organizaciones clandestinas de la universidad, inclusive, de muchas organizaciones guerrilleras que aún siguen en armas. Algunos lo llamarán paranoia; nosotros consideramos que es algo de sentido común, no nos vamos a quedar esperando a que nos maten, debemos hacer política y al mismo tiempo cuidar nuestras vidas; por esto trabajamos desde la clandestinidad, porque consideramos, como lo dice el compañero Simón Trinidad, que ese es el precio que debe pagar cualquiera que quiera hacer verdadera política de oposición.
Somos insistentes al abordar el tema de la violencia organizada, diciendo que la doble moral burguesa nos hace creer que la violencia es irracional, primitiva y de los “guaches” cuando ellos la ejercen de manera sistemática y solapada. Nuestra violencia no es más que la respuesta a otra violencia y en es en este sentido que evidenciamos es irónico que la violencia, siendo un acto esencialmente humano, se deshumanice presentando a quienes la practicamos como irracionales e incivilizados. Respaldados por innumerables ejemplos históricos nos atrevemos a decir que la violencia empleada con moviles politicos y reivindicativos es una expresion en multiples escenarios y sentidos a nivel mundial, es un dinamizador de las sociedades, que enfrenta homogenidades, injusticias y excesos: vista desde esta perspectiva, la violencia se configura transformándose en una dimensión de la política.
Esto no quiere decir, en ningún momento, que demos por sentado que la lucha de masas, y que la lucha legal, carezca de sentido. Es un error que conduce a la ineficacia política y militar ignorar cualquiera de las dos vertientes de la lucha universitaria. Tanto la lucha legal de masas como la acción violenta organizada se complementan y refuerzan en una relación dialéctica. No hay acción violenta organizada en la universidad si no hay masas, no hay masas que puedan mantenerse eternamente al margen de la acción violenta organizada pues las vías formales de las masas, en un contexto como el actual, se agotan constantemente. En este país, es triste decirlo, afirmaba Julián Conrado en una entrevista, es más fácil armar una guerrilla que un sindicato o una junta de acción comunal. Todo esto tiene que ver con la falta de garantías reales para ejercer el derecho a la oposición, el derecho a la protesta y a la movilización. Históricamente con el movimiento social y popular esa ha sido la constante, con él no se discute ni se negocia, se le dispara. Esta ha sido la constante, desde Uriel Gutiérrez hasta Carlos Geovanny Blanco, hasta Oscar salas, Johnny Silva y Julián Hurtado, estudiantes asesinados por el Estado colombiano y que nos muestran, de la forma más terrible como puede mostrarse algo, cuál es esa disposición de dialogo del gobierno.
De esta forma, con este recorrido histórico, decimos que la acción violenta organizada, lejos de ser un invento del estudiantado, el invento de unos mandraques que se las saben todas, es la creación instintiva de un pueblo que ha sido sumergido en la violencia, y que busca a toda costa sobrevivir, salvaguardar la vida. La acción violenta organizada es la herencia que nos han dejado los sectores sociales y populares en resistencia, es la única vía que han tenido para hacerse oír, para hacerse sentir, para mostrarse como fuerza real de la nación. La acción violenta organizada no empieza con nosotros y muy seguramente, tampoco va a acabar con nosotros. El carácter político de la acción colectiva violenta, de la clandestinidad, se define en términos de un proyecto alternativo de sociedad, en términos de querer dar respuesta a las raíces estructurales del conflicto social y político del país, de ejercer y actuar políticamente frente a los problemas estructurales que hoy en día revisten a la universidad pública, de traducir el pensamiento crítico en acción, en praxis revolucionaria, para manifestar nuestra inconformidad.
La acción violenta organizada es la respuesta a un Estado extremadamente violento, represivo y organizado que no oye sino a las malas. Es la respuesta racional del pueblo históricamente violentado, silenciado y excluido que no encuentra canales de expresión. En este punto es importante aclarar que existen dos formas de interpretar la decisión de llevar a cabo la acción violenta organizada. La primera es la de escoger esta forma de lucha porque se considera como la más eficaz de hacerse escuchar. La otra es la que se plantea como una necesidad ineludible, a la cual empujan al pueblo, ante el taponamiento o la inutilidad de las vías formales de acción. Para nosotros la acción violenta organizada no es cuestión de escogencia, es una necesidad ineludible ante la sordera de una institución que no nos toma en cuenta, que no le deja otra salida al estudiantado. ¿Acaso alguien puede atreverse a decir aquí que somos participes de las decisiones importantes acerca del rumbo de la universidad? ¿Acaso se nos consulta nuestra opinión? ¿Acaso se nos incluye en los debates trascendentales?
Pero para algunos en esta universidad el problema fundamental son los capuchos, los tropeles, las marchas, los bloqueos, las asambleas y mítines. Para estos mismos, la educación digna pasa porque se cumpla esa famosa consigna “que nos dejen estudiar”. O sea que para ellos el conocimiento se mide con el método de nalga per cápita ¿saben que es eso? El método de nalga per cápita es aquel que considera que entre más tiempo se tenga el trasero en un pupitre, mientras más se esté metido en un salón de clase, más se aprende. Para ellos es indignante cuando se realiza una acción directa y reaccionan organizando la blanqueada de la universidad, pero no se organizan, por ejemplo, cuando el rector compra un carro blindado que cuesta una millonada, cuando se nos cierran facultades de forma indiscriminada, cuando se nos hacina como vacas, cuando se permite el ingreso mensual de la policía al campus. Ahí si no aparecen, ahí si no los ve uno organizados. Es triste, es paradójico, brutalmente paradójico, ver cómo a una universidad pública como la Nacional entra más la policía que los sectores populares. Porque a estos últimos sí se les pide carné, a estos últimos sí se les margina. Pero para estos mismos estudiantes, maestros y trabajadores que nos tienen asco, que creen que el problema fundamental de la universidad somos nosotros, casualmente, consideran que el ingreso de la policía a la universidad también es culpa de nosotros, que la represión al movimiento estudiantil es culpa de nosotros, dándole la razón con estos argumentos al gobierno y a las estructuras de poder que buscan criminalizar al estudiantado.
Todos sabemos que este tipo de afirmaciones, como dicen los historiadores en su lenguaje, no resiste la prueba histórica. Y no la resiste por la sencilla razón de que la represión criminal y genocida del Estado colombiano tiene más años que todos los que estamos sentados en esta mesa, ¡tiene más años que todos nosotros juntos! La represión brutal hacia el movimiento universitario es de vieja data, quizá coincida con la fecha de nacimiento de nuestros abuelos. Así mismo, no resiste la prueba histórica en la medida en que las expresiones pacificas también son violentamente reprimidas, hostigadas y criminalizadas. ¿Acaso el problema principal de la universidades son los capuchos? ¿Acaso somos nosotros los que manejamos los dineros de la universidad, los que compramos carros blindados e invertimos millonadas en cámaras? ¿Acaso nosotros somos los que permitimos el ingreso de la policía a los claustros? ¿Acaso nosotros somos los que humillamos con esos salarios de hambre a los trabajadores de la universidad, acaso nosotros somos los que perseguimos a los sindicalizados y les cerramos las puertas para que no tengan la posibilidad de estudiar? ¿Acaso el movimiento clandestino contrató a VISE para que reprima, vigile, golpee y persiga estudiantes? Todos sabemos que no, y en esa medida los problemas fundamentales, desde nuestra perspectiva, pasan a ser otros.
En el fondo, la preocupación por el uso de la violencia organizada, que es el tema que nos convoca hoy a todos, nos debe llevar a un cuestionamiento mucho mayor: al problema e interés por la paz en la universidad. Para nosotros, al igual que para muchos de ustedes, el problema de la educación digna, o sea, el problema de la paz en la universidad, pasa porque el Estado la asuma como obligación central; pasa porque la educación deje de ser un servicio público como la luz o el gas, que si no pagamos nos lo cortan. La educación digna pasa por concebir la educación como derecho, es decir, la educación como patrimonio de todos y para ello, lo mínimo que debe garantizarse es la gratuitad. La educación digna pasa por la tenencia de un presupuesto que le permita a la universidad pública colombiana salir de la crisis en la que se encuentra. Significa instalaciones dignas, apoyo real a los estudiantes, espacios académicos diversos, salidas de campo, equipos, docentes de tiempo completo que puedan contribuir a la investigación. Y lo más importante: escenarios de discusión reales que le permitan al estudiantado, a los trabajadores y docentes la posibilidad de intervenir en los asuntos trascendentales de la vida de la universidad. La educación digna en los claustros pasa por la transformación radical de la manera en cómo se toman las decisiones, es decir, por la remoción de esa estructura excluyente encarnada en el Consejo Superior Universitario (CSU). La paz en la universidad pasa por la educación digna, y esa educación digna sólo es posible si se le da una participación real a la comunidad universitaria, sólo es posible en la medida en que exista una reforma radical, un proceso de constituyente popular y democrática nacional que nos permita realizar los cambios estructurales que necesita la Universidad Nacional y el sistema de educación superior en general.
En esta medida, somos insistentes en algo sencillo: el problema real de la universidad no tiene que ver con si se usa o no se usa la acción violenta organizada. El problema central radica en identificar y acabar con la raíz de todas estas violencias, es decir, fijarnos más detenidamente en las causas y no en las consecuencias. Al interior de la universidad existe un tipo de violencia que es estructural, la cual se traduce o toma forma en la privatización, en la desfinanciación, en la persecución y criminalización del estudiante o el docente, en la desobligación del Estado, en la falta de infraestructura digna, de apoyo real a los estudiantes. Estos son los problemas realmente importantes de la universidad, no lo son, en cambio, la presencia de 100 o 400 encapuchados, nosotros somos finalmente la respuesta a la inexistencia de canales reales de diálogo y de construcción de universidad, somos la respuesta, igualmente, a la falta de garantías existentes para ejercer oposición política verdadera en Colombia.
Por esto hablar o hacer foros acerca del uso de la violencia organizada por parte del movimiento universitario, es un paso importante para comenzar a entendernos, para dialogar como comunidad, pero no es ni puede ser suficiente. Este escenario sirve para exponer y debatir con ustedes nuestra forma de lucha, pero también es necesario realizar foros que tengan una mirada mucho más profunda, mucho más radical, que vayan mucho más lejos en la búsqueda de respuestas. Debemos concretar un espacio donde se debatan cuestiones más estructurales, cuestiones que atañen al problema de las garantías de oposición en Colombia, al problema de la crisis de la educación superior, al problema de la persecución a los sectores sociales y populares del país, en fin, al problema de la paz en Colombia, como único escenario en el que puede construirse la paz en la universidad.
En este sentido, creemos que la paz en la universidad, como dijimos antes, pasa por la concreción de una educación digna, pero esa educación digna sólo puede conquistarse, si se consigue construir un país distinto. Y es perfectamente normal este hecho. No es posible crear una universidad democrática y popular al margen de las trasformaciones de la sociedad a la que esta pertenece. Es decir, que no es posible hablar de una democratización radical en la universidad, de la conquista del derecho a una educación digna si no estamos atacando a la sociedad excluyente que la rodea. La única manera de salvar a la universidad, como afirma Andrés Almarales, es con la salvación del país. No es posible salvar a la universidad mientras el país se nos cae a pedazos. La única forma de construir la paz en la universidad es contribuyendo a la edificación de una paz con justicia social en Colombia. Esta lucha es una lucha indivisible.
Este es el primer paso, encontrarnos aquí para discutir desde diferentes posturas ideológicas y políticas, desde diferentes organizaciones y puntos de vista, con el ánimo de problematizar acerca de las prácticas políticas al interior de la universidad, acerca de los que nos afecta, de nuestras necesidades más urgentes, pero también de los proyectos a largo plazo. Saludamos este espacio, en la medida en que cumple una función muy importante: recoge el llamado que revolucionarios de todas las vertientes nos hacen desde mucho tiempo atrás. Recoge la propuesta del flaco Bateman de retomar la importancia del diaálogo amplio, de realizar un sancocho donde concurran las diferentes expresiones populares. Esto que ustedes ven hoy es un verdadero sancocho, un sancocho universitario que es necesario para buscar salidas, para buscar respuestas. Recoge, igualmente, el grito de Camilo que, al igual que Bateman, se caracterizó por la lucha inclaudicable contra el sectarismo, contra el dogmatismo y contra las visiones catequísticas que impiden el caminar colectivo, la invitación ineludible de prescindir de todo lo que nos separa, y trabajar lo que nos une. Y detrás de ellos, se encuentra el ejemplo insumiso de Bolívar, su llamado constante a la unidad, al intento por juntar de una vez por todas nuestras luchas. Queremos que el pueblo, y el estudiantado colombiano sea capaz de sentir como propio, como un acto deliberado de conciencia que sólo amando venceremos, que el amor es la certeza de la vida, y que la lucha, con capucha o sin capucha, es la única salida.
Hoy los invitamos al deBateman y al comBateman, a construir la jodienda nacional. Hoy cumplimos con esta cita, esperamos que sea la primera de muchas para poder construir una universidad y un país distinto entre todos y todas.