Por: Sergio Vargas. Opinión.
La mayoría de los muertos son jóvenes, hombres, aunque recientemente la cifra de mujeres asesinadas ha aumentado considerablemente. Según las cifras que posee
Desde que Álvaro Uribe asumió como presidente de Colombia, las muertes fuera de combate, las mal llamadas ejecuciones extrajudiciales, o los más reconocidos mediáticamente “falsos positivos”, han tenido un aumento de 67.71% en relación con los mandatarios predecesores. El gobierno puede alardear que las masacres y las tomas a los pueblos disminuyeron, pero sus asesinatos selectivos sí aumentaron, como una práctica habitual y consuetudinaria de las fuerzas del caos, que ellos aseguran en llamar “del orden.” La nueva práctica de sometimiento es matando a la gente joven, aprovechando así para mostrar resultados en los medios masivos de propaganda, tan untados de sangre como los propios sicarios estatales. Ya sea que estén confabulados o sean cómplices, los grupúsculos de desinformación tienen una gran responsabilidad ética, divina, moral, ante la sociedad al mostrar complacientemente los cadáveres de gente inocente, diciendo a viva voz que son los resultados exitosos de las bandas narcotraficantes o fuerzas militares, que a la larga resultan ser la misma caterva de criminales defendiendo a un tirano en el altar, cual ídolo sudanés que se niega a presentarse ante
Hoy, día nacional contra las ejecuciones extrajudiciales y por la tipificación de los falsos positivos como crímenes de Estado, reiteramos el llamado a protestar contra todas las medidas de corte autoritario y fascista que evitan el libre desarrollo del ser humano como individuo inmerso en una sociedad, donde los jóvenes son las mayores víctimas. Imposiciones como los toques de queda para menores de edad, que dan vía libre para que la policía en un acto sanguinario pueda quemar físicamente los sueños de los niños en las mismas estaciones; asimismo, como el reclutamiento forzado que obliga a los prematuros jóvenes a prestarse como sangre de cañón en una guerra ilógica y fratricida que nunca acabará (porque dejaría de ser negocio). Mientras que el servicio militar es obligatorio en la ley, en los mismos tratados nacionales no figura tampoco como obligatoria la asistencia a los centros de formación superior, para así cultivar mentes que acaben esta miseria en la que los sucesivos impostores asentados en el congreso y en la presidencia han querido sumir al país mientras ellos se abalanzan en sus sillas de mármol, inalcanzables y blindadas por las decenas de grupos paramilitares a su servicio.
Los falsos positivos los harán caer de esos escurridizos escritorios. Nuestros muertos no pasarán en vano. Ellos son nuestro aliciente para seguir marchando, gritando, protestando, peleando, por una Colombia con libertad, autónoma, soberana y en plena armonía, donde su memoria crezca con cada palabra que tejemos al andar.