Por: Guillermo Andrés Castro Rozo. Opinión.
Fecha de publicación: 24 de noviembre de 2016.
El efecto agridulce. Guerrilleros y simpatizantes de las FARC-EP en la sabana del Yarí se juntan para apoyar los acuerdos el 26 de septiembre, mientras veían en directo la transmisión desde Catagena. Foto: Guillermo Castro / MZO.
Un efecto de sensaciones encontradas fue lo que percibió un periodista amigo francés, que ha seguido de cerca a los actores insurgentes del conflicto, los campesinos y las comunidades indígenas del país, cuando en la sabana del Yarí, el pasado 26 de septiembre, veía la firma del acuerdo de paz entre las FARC-EP y el gobierno nacional. Decía que era ciertamente agridulce, puesto que se percibía una sensación de bienestar de la gente, campesinos y guerrilleros que estaban en la zona, mezclada con un poco de temor, zozobra e incertidumbre.
Las FARC han dominado grandes extensiones del territorio nacional, ejerciendo administración sobre éstos, y así configuró la puesta en marcha de gobiernos locales antihegemónicos. Estos gobiernos ciertamente permitieron que en algunas zonas el desarrollo endógeno se produjera con amplitud, lejos de la atención hegemónica del gobierno central. Si en Bogotá acordaban entrar en esos territorios, no sería mediante políticas de atención pública, sino a través de la guerra. Por eso una inmensa mayoría de la población civil terminaron respaldando los gobiernos antihegemónicos de las FARC. Cuando esas comunidades veían que los pares se encontraban en Cartagena para firmar una tregua final y definitiva, muchos temían que el Estado llegara allí como siempre lo había hecho: a través de la cruel violencia. Aunque juntaron sus brazos para respaldar el acuerdo, muchos sintieron ese amargo mezclado con dulce, el mismo que percibió el periodista francés.
Desde esa fecha hasta el día de hoy, la sensación ha cambiado. Hemos estado viajando en una espiral descendente desde que el 2 de octubre perdió el plebiscito que refrendaría ese acuerdo agridulce. Las partes se volvieron a sentar en La Habana, escucharon a los sectores recalcitrantes del país, y definieron un nuevo acuerdo, que delimitó que las partes ya no eran tal, que había un sector que tenía que ceder más que el otro. Las FARC cedieron para la elaboración de este nuevo acuerdo express y el gobierno ha salido victorioso sin moverse ni un ápice de su política hegemónica. Basta mirar los cambios sustanciales de dos materias transversales de los acuerdos: el tema de tierras y de la equidad de género. En el primero se burocratizaron las acciones por las cuales las víctimas y los campesinos pueden tener acceso a la tierra, fortaleciendo así el sistema de propiedad privada que propicia la existencia de terratenientes y gamonales en el territorio nacional; y en el segundo, se borró de tajo de manera increíble en el acuerdo final expresiones que propendieran por una inclusión de la población LGBTI, sistematizando casi todo al tema sexual biológico entre hombre y mujer. Es que fueron borradas de tajo expresiones y líneas de la igualdad de genero. Un gran retroceso respecto del primer acuerdo.
Al unísono, la ultraderecha del país, dice que los acuerdos cada vez están peor para ellos; cuando la realidad textual dice otra cosa: cada vez mejor para ellos, cada vez peor para el pueblo… Si esto se siguiera alargando, si decidieran darles nuevas voces al uribismo, por ejemplo, se correría el riesgo de que las FARC cedieran tanto que se rendirían, y la negociación entre pares se haya desvanecido completamente.
Es diferente a lo que el ELN quiere propiciar, una negociación donde ambas partes cedan en igualdad de condiciones: un gobierno antihegemónico y uno hegemónico se encuentran para dialogar en torno a las diferencias y ceder y aportar de manera equitativa. Por eso niegan el condicionamiento de la liberación de un prisionero como Odín Sánchez, a menos que el gobierno nacional haga lo propio con algunos de los presos políticos de esa guerrilla.
Hoy mi sensación es más agridulce que la que percibí el 26 de septiembre allí en las sabanas del Yarí. Es más, esa vez sentí más alegría que nostalgia. Por eso el respaldo al Sí del 2 de octubre, era a esos acuerdos. Un respaldo al Sí que muchos sectores hoy se cuestionan si debe ser ciego e impoluto frente a una realidad donde el Establecimiento anda cobrando la vida de líderes sociales en todo el país. Si no es una contradicción que a menos de 12 horas de que se firmara el acuerdo final y definitivo el día de hoy en Bogotá, estuvieran matando a un campesino en Buenaventura e intimidando allí a la presidenta de una organización social; que algunos reciban amenazas y a otros se les ataquen de manera violenta directa como los atentados, o simbólica, como el desalojo del campamento por la paz de la plaza de Bolívar.
Me gustan más los acuerdos del 26 de septiembre, que los que quedarán para la historia del Nóbel de paz de hoy 24 de noviembre. Sin embargo, eso no significa que rechace per se los acuerdos. Creo que hay que refrendarlos de manera popular a través de los mecanismos de participación ciudadana, asamblea constituyente o cabildos abiertos, permitiendo así adecuar y aterrizar ese pacto en las realidades locales. Aún así también espero que las negociaciones del gobierno con el ELN sean de pares desde el comienzo hasta el final. Quizá así se ajusten las tuercas sueltas que el presente acuerdo con las FARC ha dejado.