Por: David Antonio Torres Ruiz.
Fecha de publicación: 7 de noviembre de 2013.
Una delegación de la Fiscalía de Justicia y Paz y funcionarios de la Unidad de Reparación de Víctimas del Conflicto Armado, visitaron ayer las viviendas ocupadas en el periodo del paramilitarismos en el sur de Bolívar, exactamente en el corregimiento de San Blas, jurisdicción rural del municipio de Simití.
Una de las casas donde se ubicará posiblemente un centro cultural, una biblioteca u hospedajes para estudiantes campesinos, fue visitada por peritos que tomaron registros, para ver en qué estado se encuentran los locales y sus documentos de identificación.
En el recorrido, el periódico El Original.co, acompañó a la delegación judicial, al alcalde de Simití, Bolívar, Elkin Rincón Muñetón y el Personero Municipal, José del Carmen Ferez Marconi, quienes conocieron de primera mano la historia sangrienta que se registró en este lugar, la bóveda de la muerte.
La bóveda de la muerte.
Alarmado se encontraron los delegados de la Fiscalía cuando pudieron conocer la revelación de “la bóveda de la muerte”, un cajón construido en concreto, recubierto con baldosa para que los gritos desesperados de los torturados, que iban a ser decapitados, se les atragantara su voz, por el eco del recinto.
Uno de los habitantes que presenció degollamientos, desmembramientos de seres humanos, condenados a la pena capital, narró que en la parte afuera del patio existía una pared ficticia, una fachada corrediza que con rieles de trenes, separaba al sentenciado a muerte con su exterior; para que cuando llegaran a abogar por él, sus familiares, conocidos o defensores de la vida, nadie pudiera escuchar los gritos, no veían detenidos, ni percibían absolutamente nada; sólo se escuchaba el ambiente silvestre de la naturaleza, testigo silencioso, que tenía que atragantarse la verdad.
La historia tenebrosa de la casa que le quitó el Bloque Central Bolívar de las autodenominadas Autodefensas Unidas de Colombia, Auc, al presunto narcotraficante Martín Cadena, amante de la guerrillera del Ejército de Liberación Nacional, Eln, conocida como Julieth, marcó en la historia del Magdalena Medio Bolivarense, el icono de la muerte.
Mientras el tercer piso de la edificación se convertía en la noche en un agradable kiosco de palma amarga, que alojaba a políticos, jueces, fiscales, artistas, líderes comunitarios y hasta presentadoras de televisión que eran traídas desde Bogotá en vuelos privados; ellas, las bellas, se convertían en trofeos de los jefes paramilitares, para satisfacer sus placeres morbosos como prostitutas de seda, que cobraban en esos tiempos por su servicio sexual de una noche hasta 200 millones de pesos; mientras el whisky, las grandes orquestas y grupos vallenatos borraban el ambiente salobre de la sangre que se esparcía en el ambiente aterrador de las ejecuciones del día…
"La bóveda de la muerte es testigo mudo de cientos de desaparecidos que hoy nadie reclama; este fue el hueco o el silo negro de un limbo, donde jamás regresaron; entraron muchos hombres y mujeres, fueron descuartizados en este matadero humano, que hoy se convertirá en un lugar de paz”, afirmó uno de sus habitantes.