LA RETIRADA DEL GOBIERNO DE BOGOTA ES LA AVANZADA CON COLOMBIA
Por: Gustavo Petro
Fecha de publicación: 2 de noviembre de 2015.
Los gobiernos progresistas de Bogotá han logrado un resultado espectacular: recibieron la ciudad en el año 2003 con la mitad de su población en la pobreza y con un 25% del total de sus habitantes en la pobreza extrema y hoy la entregan con un 5% del total de su población en pobreza y un 0,9% de habitantes en pobreza extrema, según estadísticas del DANE de su última encuesta multipropósito. Una verdadera revolución social.
Ninguna formación de la política tradicional, ningún gobierno oligárquico, ninguna gobernabilidad mafiosa pueden presentar un éxito social semejante. Al contrario, las estadísticas de la mayoría de las regiones de Colombia, con excepción de Bucaramanga, muestran niveles altísimos de pobreza y exclusión social.
Al lado del gran éxito social de la izquierda y el progresismo en Bogotá aparece una sorprendente reducción de la violencia, en medio de uno de los países más violentos del continente. La seguridad indudablemente está ligada a la inclusión y la justicia social.
Resultados de este tamaño son vistos como un peligro para quienes gobiernan en función de la codicia, de los intereses de los grupos económicos más fuertes, dueños de los medios de comunicación tradicionales, y de las mafias políticas.
Por eso desde antes de la posesión del gobierno progresista de Bogotá ordenaron la censura a sus logros y la híper información sobre actos de violencia en la ciudad o desaciertos del gobierno. Ante la debilidad de los concejales del cartel de la contratación, que el Procurador Ordoñez mantuvo inmunes, la oposición tuvo que ser asumida por los medios de comunicación de los tres hombres más ricos del país.
El ataque de la prensa tradicional es una demostración de la efectividad social del nuevo paradigma urbano construido por la Bogotá Humana. Nos piden arrepentimiento por lo hecho, y yo creo que esos hechos de gobierno deben extenderse a toda Colombia.
Claro que tenemos antes que abordar la inmensa tarea de defender desde los movimientos sociales los logros de la Bogotá Humana en la ciudad y proyectar una organización sólida a escala nacional, que proceder a mirar los vacíos de nuestra propuesta.
La nueva clase media, antes pobre, que en los barrios populares creó la izquierda y el progresismo, más de dos millones de personas, hoy creen más en el modelo de consumo depredador que, como aspiración social, ofrece la derecha. El ascenso social es visto como una ampliación del consumo y la deuda familiar, similar a la clase media alta de la ciudad, que como una nueva forma de entender la vida y la ciudad.
Aquí tenemos uno de los mayores retos de la realidad contemporánea. La evidencia del cambio del clima implica una ruptura en la cultura del consumo y en la organización de la ciudad.
Construir un ideal de progreso alrededor de la cultura y el conocimiento individual y colectivo, en lugar de experimentar el progreso como una línea continua de acumulación de cosas, muchas veces inservibles o dañinas. La tesis fordista de los años veinte del siglo pasado que prometió a cada trabajador un carro, hoy parece estar condenada por las nuevas sociedades que tratan de sobrevivir en el planeta. Las sociedades más ricas se mueven en bicicleta. El concepto de riqueza parece variar de acumulación de cosas a acumulación de sensaciones intensas.
Dentro de la tesis del Buen Vivir que nace en latinoamérica, ¿cómo podríamos lograr que esta nueva clase media girara hacia una superación de la cultura que le ofrece la clase política tradicional y los grupos económicos? ¿Cómo superar la narco-cultura en Colombia? ¿Y cómo con las condiciones de dignidad conseguidas, podríamos aspirar a superar las actuales condiciones sociales en unas nuevas posiciones ocupacionales determinadas por el crecimiento del conocimiento, la percepción del arte y la cultura en el antiguo barrio popular, hoy transformado en barrio de la nueva clase media? El progresismo en la Bogotá Humana logró, sólo parcialmente, y fundamentalmente en la juventud, dar respuestas a estos interrogantes, pero faltó mucho más. De la superación de la segregación social, en la que vamos con éxito, a la adaptación al cambio climático, tenemos un camino de difícil construcción.
El cambio climático, realidad impuesta por el mercado, el exceso de consumo y el desarrollo económico depredador, obliga a un cambio fundamental de la acción política, del papel del Estado y de la cultura en la sociedad. Fue el progresismo, desde la acción política, quien introdujo estos conceptos de manera precursora en Colombia, pero cada vez se generalizará más de manera rápida y contundente.
La acción de adaptación y mitigación del cambio climático que es responsabilidad de cada individuo, de cada sociedad en su territorio, de cada Estado, y de una nueva mirada de lo público a escala global: la Humanidad diversa con capacidad de decisión; es un campo de acción que nos puede traer varias respuestas a nuestros interrogantes.
La juventud bogotana, la que nos acompañó siempre, comprendió a fondo que la respuesta es individual y es colectiva, es inmediata y es cultural. Implica, dentro del buen vivir digno alcanzado, una manera diferente de comportarse. Un nuevo individualismo más pleno, ligado más al ser que al tener. Sus bicicletas, su rechazo a la moda, sus nuevas estéticas: una especie de vivir en medio del arte, me genera una inspiración fundamental en la propuesta hacia Colombia. La Política debe entender este nuevo individualismo libertario, mucho más integral, que el recortado y degradado que dejó el neoliberalismo, y fortalecerlo.
La Bogotá Humana respetuosa de la diversidad y de la libertad de crear confluyó muy bien con la juventud bogotana de todos los niveles sociales. Pero, ¿cómo extender este aprendizaje a una relación más estrecha con el hombre maduro asalariado de la nueva clase media, con la mujer asalariada o con el ama de casa de Engativá, Kennedy o Fontibón?
El cambio climático va a producir cambios sociales en el corto plazo. La caída de la economía fósil, que no solamente es del consumo de objetos y aparatos intensivos en energías o materiales fósiles, sino también en la producción de los fósiles mismos como materia prima energética: carbón, gas y petróleo, implica un choque frontal con la actual economía colombiana y bogotana.
El gobierno nacional y la élite oligárquica del país, no se han preparado en lo más mínimo para ello; y menos han estudiado como mitigar el choque y sus consecuencias en los colombianos. La élite tradicional leerá la ausencia de cambios imprescindibles, como una fase más de tipo recesivo de la economía colombiana, que entre otras cosas ya comenzó a desacelerar. Se leerá como una etapa de desaceleración económica que, haciendo más de lo mismo; creerán se superará.
El choque puede implicar un empobrecimiento de la nueva clase media que es supremamente vulnerable a ciclos económicos depresivos, más si buscan destruir el aparato de seguridad social que construyó la izquierda y el progresismo en Bogotá.
La caída del precio del petróleo muestra al desnudo la economía colombiana. Ante la devaluación del peso, por menor entrada de dólares, no vimos una expansión de productos exportables, ahora abaratados, que equilibrarán la balanza comercial, al contrario: ésta aumenta su déficit. Tenemos una devaluación profunda sin incremento de la exportación, simplemente porque nuestra economía no tiene qué exportar. La economía de la minería fósil destruyó la economía del trabajo, tanto en el campo como en la ciudad.
El boom de la economía fósil y el alza del precio del petróleo, que tuvo como primer defensor a Chávez, no fue utilizada ni en Venezuela ni en Colombia para reciclar la economía hacia una nueva realidad no fósil: sin petróleo y sin carbón.
Lo que viene es un empobrecimiento originado sobretodo por la ineptitud de la dirigencia tradicional de mirar los cambios del mundo y adaptar a Colombia a esos cambios. Una Economía no fósil nos lleva a mirar la agricultura y la industria desde una nueva óptica. La principal energía no es el petróleo, es el cerebro y su conocimiento. Una economía del conocimiento implica una nueva estructura económica en Bogotá. Un cambio de las ocupaciones, del contenido mismo del puesto de trabajo.
A ese punto en realidad no llegó el gobierno de la Bogotá Humana sino tímidamente, de ahí se desprenden los vacíos del proyecto progresista que es necesario llenar. No se trata solamente de fortalecer la educación pública y de obtener la educación superior como derecho. Se trata de lograr generalizar el conocimiento al conjunto de la población de tal manera que ésta pueda, con ayuda del Estado, cambiar sus roles ocupacionales y se trata que este cambio de roles garantice más dignidad en el vivir, no solamente para la nueva clase media, sino para el conjunto de la población. Una reforma así sobrepasa los marcos del gobierno distrital y demanda del gobierno nacional y el conjunto del Estado.
Incluso la mirada de la izquierda sobre el empresariado debe cambiar. Antaño tratábamos de hacer alianzas con lo que denominábamos la “burguesía nacional”, un empresariado que por razones del origen de sus ganancias estaría dispuesto a enfrentarse al imperio al lado de sus trabajadores. Eso en Colombia nunca existió.
Pero el cambio climático puede trazar una línea de separación entre un empresariado caduco, rentista y habituado a manipular su sociedad en burla de la democracia; y un nuevo empresariado capaz de dar respuestas tecnológicas a su sociedad para adaptar y mitigar el cambio climático.
En nuestra experiencia de gobierno, vimos surgir en el sector que más se nos oponía (el de Camacol), un empresariado que estuvo dispuesto a romper con su gremio y a impulsar las tareas de la revitalización del centro y del nuevo urbanismo que exige la adaptación al cambio climático.
Estoy convencido que de la juventud bogotana y de la nueva clase media, con mucha ayuda del Estado, podría surgir un modelo de emprendimiento articulado a la adaptación y mitigación del cambio climático. Creo que nuevas formas de asociación, como las observadas y construidas con los recicladores de oficio, podrían generar, incluso en los sectores más excluídos, las nuevas opciones de la economía no fósil.
Entre el gran empresariado del aseo privatizado, aquellos que se enriquecen por producir gas metano en los rellenos sanitarios, precisamente el gas que más calienta la atmósfera, y los recicladores de oficio protegidos por la Bogotá Humana no solamente hay una diferencia social, hay una diferencia de mundos: el mundo de la economía fósil que toca las campanas de la extinción de la especie, y la nueva economía no fósil. El debate por tanto no es el simple capricho de un alcalde terco, sino que recoge la transformación dramática del mundo contemporáneo. Allá quienes quieran devolver a Bogotá al mundo de la codicia de la basura, no tardarán en descubrir que esa codicia se llama basura.
En cierta forma hay un hilo conductor entre la lucha contra la segregación social y la adaptación al cambio climático: justicia social y justicia ambiental van de la mano como bien pregona el Papa Francisco en su propia lucha por cambiar las milenarias estructuras de la iglesia católica.
El mundo va a vivir en el corto plazo revoluciones antes no descritas; surgirán nuevos marcos de pensamiento filosófico, económico y político. Los tiempos de la historia se aceleran ante el drama de la extinción vital y la pérdida de la calidad de la vida. Es como si un disco de música aumentara sus revoluciones en el equipo de sonido. La Historia acelera sus revoluciones.
El gobierno de Bogotá Humana pudo equivocarse en muchas cosas, pero no en anunciar y educar a su sociedad ante los cambios por venir. Ahora es nuestra responsabilidad configurar un movimiento organizado por causas sociales en toda Colombia y saber resistir con éxito y sin gobierno en Bogotá.
Estas palabras tienen como objeto desatar el debate, pero también - y siempre - la acción. Debate sin acción es inocuo. El momento no es el de volver al pragmatismo sin hilo conductor, a la política real ciega que escoge siglas políticas por avales, peor al arrodillamiento. Las clases dirigentes de Colombia imbuidas en su visión corrupta de la política y drogadas en exceso por la influencia del dinero de las mafias, no logra comprender ni de lejos las nuevas realidades. Nosotros no podemos caer en el dogma, el sectarismo o la antropofagia política, tenemos una experiencia que sin dar respuestas completas, por lo menos se inscribe en las nuevas acciones que demanda una realidad que se revoluciona.
Así que los espero a partir del primero de enero en todas las regiones de nuestra Colombia a compartir nuestra experiencia y a actuar, lejos de una guerra que tenemos que acabar, a actuar en nuestro nuevo mundo, el que nos tocó vivir con intensidad.
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