BRUTALIDAD POLICIAL, UN TESTIMONIO.
Líder estudiantil de la Universidad Surcolombiana, narra los hechos que le sucedieron con ocasión de una detención arbitraria por parte del Gaula de la Policía de Huila. En Neiva sucedieron estos hechos.
POR: PAUL ANDRES OLAYA
19 de marzo 2007, 11:30 p.m. Yo dormía en un hospedaje pasajero del barrio Los Mártires. Esperaba a mi esposa. Ella viajaba a Bogotá con mi hijo enfermo. A esa hora, agentes del Gaula de la Policía, sin identificarse, le metieron una llave a la puerta. Yo pensé que era el joven dueño del hospedaje. De modo que quité el pasador y abrí. Cuando quité el seguro, le pegaron una patada a la puerta. Yo me retiré hacia atrás, pero no tuve tiempo de nada. Alguien me golpeó con la cacha de un arma en la cabeza. Me hizo una herida de 3 centímetros. Quedé aturdido. No dejaban de insultarme ni de golpearme, hasta que una voz dijo "ya puede entrar". Quien ingresó tenía una tulita verde de la policía y un objeto envuelto en periódico, recuerdo claramente. Mientras me seguían golpeando, quien traía la tula dijo que habían encontrado 2 granadas debajo del colchón: él mismo las había dejado allí para luego informar el hallazgo. Me obligaron a firmar un documento de incautación, donde constataba el hallazgo de ese par de granadas. Yo firmé. No tenía opción. Todo me dolía. Sangraba. Cómo me iba a negar.
Ellos mismos me llevaron al hospital para cocer la herida. Luego me llevaron al lugar donde mi mujer había acordado llegar. Ella estaba ahí desde hacía una hora. Quedó impresionada. No sabía qué pasaba. Me llevaron a la SIJÍN del Gaula, allí me amarraron, y continué siendo víctima de insultos y amenazas de muerte por negarme a decir cosas que ellos deseaban que yo dijera. Así estuve hasta las 7 p.m. del día 20. Entonces me trasladaron a los calabozos, junto a otros detenidos. Estuve durante ocho días ahí. Ocho días imposibles: maltratos continuos, incitaciones a pelear, el frío, la humedad, la suciedad del calabozo. El olor insoportable. Había que orinar en botellas, y dormir en el piso sin siquiera un colchón, ni una cobija. No pude hablar con mi familia. No pude ver a mi mujer, ni a mi hijo. Las cartas que me llegaban, habían pasado por tantas manos, que llegaban arrugadas y grasosas. Las mías también las leían. Me lo hacían saber de todas formas.