Comunicación Alternativa // ISSN 2145-390X

CUENTO: DOS REVOLUCIONARIOS


De: Juventud Disidente.
El revolucionario viejo y el revolucionario moderno se encontraron una tarde marchando en diferentes direcciones. El sol mostraba la mitad de su ascua por encima de la lejana sierra; se hundía el rey del día, se hundía irremisiblemente, y como si tuviera conciencia de su derrota por la noche, se enrojecía de cólera y escupía sobre la tierra y sobre el cielo sus más hermosas luces.

Los dos revolucionarios se miraron frente a frente: el viejo, pálido, desmenelado, él sin tersura como un papel de estraza arrojado al cesto, cruzado aquí y allá por feas cicatrices, los huesos denunciando sus filos bajo el raído traje. El moderno erguido, lleno de vida, luminoso el rostro por el presentimiento de gloria, raído el traje también, pero llevado orgullo, como si fuera la bandera de los desheredados, el símbolo de un pensamiento común, la contraseña de los humildes hechos soberbios al calor de una gran idea.

-¿A dónde vas?- pregunto el viejo.

-Voy a luchar por mis ideales - dijo el moderno- y tú ¿a dónde vas? preguntó a su vez.

El viejo tosió, escupió colérico al suelo, echó una mirada al sol, cuya cólera del momento sentía el mismo, y dijo:

- Yo no voy; yo ya vengo de regreso.

-¿Qué traes?

- Desengaños- dijo el viejo- No vayas a la revolución; yo también fui a la guerra y ya ves cómo regreso: triste, viejo, maltrecho del cuerpo y espíritu.

El revolucionario moderno lanzó una mirada que abarcó el espacio, su frente resplandecía; una gran esperanza arrancaba del fondo de su ser y se asomaba a su rostro. Dijo al viejo-:

-¿Supiste por qué luchaste?

-Sí: un malvado tenía dominado el país; los pobres sufríamos la tiranía del gobierno y la tiranía de los hombres de dinero. Nuestros mejores hijos eran encerrados en el cuartel; las familias, desamparadas, se prostituían o pedían limosna para poder vivir.

Nadie podía ver de frente al más bajo polizonte; la menor queja era considerada como acto de rebeldía. Un día un buen señor nos dijo a los pobres:

"Conciudadanos, para acabar con el presente estado de cosas, es necesario que haya un cambio de gobierno; los hombres que están en el poder son ladrones, asesinos y opresores. Quitémoslo del poder, elíjanme presidente y todo cambiará." Así hablo el buen señor; en seguido nos dio armas y nos lanzamos a la lucha.

Triunfamos. Los malvados opresores fueron muertos, y elegimos al hombre que nos dio las armas para que fuera presidente, y nos fuimos a trabajar. Después de nuestro triunfo seguimos trabajando exactamente como antes, como mulos y no como hombres; nuestras familias siguieron sufriendo escasez; nuestros mejores hijos continuaron siendo llevados al cuartel; las contribuciones continuaron siendo cobradas con exactitud por el nuevo gobierno, y en vez de disminuir, aumentaban; teníamos que dejar en las manos de nuestros amos el producto de nuestro trabajo.

Alguna vez que quisimos declararnos en huelga, nos mataron cobardemente. Ya ves cómo supe por qué luchaba: los gobernantes eran malos y era preciso cambiarlos por buenos. Y ya ves cómo los que dijeron que iban a ser buenos, se volvieron tan malos como los que destronamos. No vayas a la guerra, no vayas. Vas a arriesgar tu vida por encumbrar a un nuevo amo.

Así hablo el revolucionario viejo; el sol se hundía sin remedio. Como si una mano gigantesca le hubiera echado garra detrás de la montaña. El revolucionario moderno se sonrió, y repuso:

-Compañero: voy a la guerra, pero no como tu fuiste y fueron los de tu época. Voy a la guerra, no para elevar a ningún hombre al poder, sino a emancipar mi clase. Con el auxilio de este fusil obligaré a nuestros amos, a que aflojen la garra y suelten lo que por miles de años nos han quitado a los pobres. Tú encomendaste a un hombre que hiciera tu felicidad; mis compañeros y yo vamos a hacer la felicidad de todos por nuestra propia cuenta. Tú encomendaste notables abogados y hombres de ciencia, el trabajo de hacer leyes, y era natural que las hicieran de tal modo que quedaras cogido por ellas, y, en lugar de ser instrumento de libertad, fueron instrumento de tiranía y de infamia. Todo tu error y el de los que, como tú, han luchado, ha sido ése: dar poderes a un individuo o a un grupo de individuos para que se entreguen a la tarea de hacer la felicidad de los demás. No amigo; nosotros, los revolucionarios modernos, no buscamos amparos, ni tutores, ni fabricantes de ventura. Nosotros vamos a conquistar la libertad y el bienestar por nosotros mismos, y comenzamos por atacar la raíz de la tiranía política, y esa raíz es el "derecho de propiedad".

Vamos a arrebatar de las manos de nuestros amos la tierra, para entregársela al pueblo. La opresión es un árbol; la raíz de este árbol es el llamado "derecho de propiedad"; el tronco, las ramas y las hojas son los polizontes, los soldados, los funcionarios de todas clases, grandes y pequeños.

Pues bien: los revolucionarios viejos se han entregado a la tarea de derribar ese árbol en todos los tiempos; lo derriban, y retoña, y crece y se robustece; y se vuelve a derribar, y vuelve a retoñar, a crecer y a robustecer.

Eso ha sido así porque no han atacado la raíz del árbol maldito; a todos le ha dado miedo sacarlo del cuajo y echarlo a la lumbre.

Ves pues, viejo amigo mío, que has dado tu sangre sin provecho. Yo estoy dispuesto a dar la mía porque será en beneficio de tos mis hermanos de cadena. Yo quemare el árbol en su raíz.

Detrás de la montaña azul ardía algo.-era el sol, que ya se había hundido, herido tal vez por la mano gigantesca que lo atraía al abismo, pues el cielo estaba rojo como si hubiera teñido por la sangre del astro.

El revolucionario viejo suspiro y dijo:

-Como el sol, yo también voy a mi ocaso. Y desapareció en las sombras.

El revolucionario moderno continúo su marcha hacia donde luchaban sus hermanos por los ideales nuevos.



 
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