Por: Camilo de los Milagros.
Fecha de publicación: 15 de agosto de 2010.
Hubo una vez un hacendado de temple guerrero, primero gobernador de una de las más importantes provincias y luego presidente de la república por varios periodos, proveniente del partido liberal, pretendió destruir una constitución – y lo logró – además de fundar un partido Nacional que rápidamente degeneró hacia el conservatismo más feroz y clerical, para dejar a sus sucesores un reino autoritario de curas, prejuicios, oligarcas y buenas familias ¿De quién se trata?
No es Uribe Vélez, convertido antes de tiempo en héroe sin muchos méritos; a veces nos enfangamos en las sinuosidades de la historia. Es un antepasado del dictador antioqueño, un ascendiente en la larga evolución de oligarcas y tiranos americanos: Rafael Núñez, que adornaba un billete y que hizo una constitución centenaria. Como veremos, la godarria es más vieja de lo que se cree.
Rafael Núñez, el regenerador, inauguró después de varios gobiernos liberales la llamada “hegemonía conservadora”, periodo en el que el partido conservador dominó la nación durante casi medio siglo hasta 1930. De esta dominación de medio siglo quedaron anécdotas escolares que dicen mucho de la época, como la guerra de los mil días – la más sangrienta del siglo XIX – las misiones extranjeras que reorganizaron la banca y el estado colombiano, la amputación de Panamá, las generosísimas concesiones petroleras al capital extranjero, la huelga y matanza de los trabajadores bananeros en Ciénaga, el despojo de tierras que engendró las primeras “ligas campesinas”, el auge de la exportación y colonización cafetera y el primer estudiante caído.
La regeneración, como se llamó el proceso llevado a cabo por Núñez, fue un conjunto de transformaciones mediante las cuales Colombia, que había logrado tibias reformas liberales en la segunda mitad del siglo XIX, da un giro nuevamente a la atrasada ideología feudal católica, que pesa como una montaña desde tiempos coloniales, regenerando los presupuestos conservadores del estado. La regeneración entregó nuevamente poder a la iglesia, abolió parte de las reformas educativas inspiradas en la ilustración, permitió fundar órdenes religiosas (que habían sido expulsadas) y reprimió duramente al liberalismo. Con la regeneración se edificaron las bases del estado moderno colombiano, que pasó de cambiar constituciones como calzoncillos a tener una por más de un siglo – la constitución de 1886 – una sola moneda, un solo ejército, un solo banco nacional, un poder centralizado. Todas características que predominaron en el siglo XX en franca disonancia con la anarquía reinante durante el siglo anterior.
La tarea llevada a cabo por Uribe, un siglo después, es una nueva regeneración con estúpidas y vergonzosas coincidencias: destrozó una tímida constitución neo-liberal; cabalgó sobre un auge de la colonización y exportación (de cocaína, no ya de café) que ha vigorizado la economía nacional; despojó los campesinos que quedaban; realizó una centralización mediática, militar y política que extirpó los poderes en armas de la izquierda e integró al estado – comme il faut – los de la derecha; revivió el poderío de la iglesia, las camándulas y el misticismo entregándole importantes proyectos de estado y abriéndole las puertas del gobierno; promovió la aparición de un Partido de Unidad Nacional que no es otra cosa que la cabeza de las aspiraciones más retrógradas y conservadoras, absorbiendo los viejos partidos. Y es que Núñez, que fue liberal como Uribe, mandó al liberalismo a la oposición, la diferencia actual es que no han tardado nada en volver a integrarse al chiquero del poder.
Pues bueno, todo parece que empieza una nueva hegemonía conservadora con nuevas y jugosas concesiones petroleras y mineras para el capital extranjero; nuevas misiones extranjeras que deciden todo y sobre todos; nuevos y numerosos asesinatos de sindicalistas (aunque ya no los matan en masa en las plazas de los pueblos); nuevas “roscas” (1) y componendas de poder; y una renovada ideología clerical y confesionaria que pudre, intriga y decide sobre todas las esferas de la vida nacional, desde los ovarios de las mujeres, las cátedras de educación sexual o los programas matutinos con el padre Chucho.
Al igual que el gobierno inaugurado por Núñez que engendró una sangrienta guerra con más de 100.000 muertos, el gobierno actual se cimenta en la brutal violencia: inaugura una guerra de todos contra todos, con soldados detrás de cada esquina y trincheras en los antros de las grandes ciudades, donde los bandos en conflicto son cada vez más difusos, más peligrosos. También otra férrea dictadura conservadora a mediados de los años 50, cuya figura más prominente fue Laureano Gómez (otro antepasado de Uribe, quizá con más méritos para la ultraderecha), tuvo como música de fondo uno de los episodios más sangrientos y oscuros de nuestro pasado.