A LA MEMORIA DE GAITAN
Por: Víctor Bautista Rodríguez.
Fecha de publicación: 9 de abril de 2016.
“Una orgía de sangre”. Sólo así se pueden resumir los hechos producto de la pérdida de la cordura que se apoderó de la nación y ha conllevado a un impresionante acto de demencia colectiva, tras la muerte del caudillo liberal ese 9 de abril de 1948.
“Una orgía de sangre” que terminó desangrando una nación, una nación que había crecido desde el inicio de la República como una " gallina sin cabeza", suelta en los pobres campos desamparados por el Estado Colombiano, derramando por doquier su sangre y manchando en su vuelo acéfalo, cafetales y cultivos, salpicando en ese aleteo infame, familias enteras, removiendo "odios heredados" que culminarían con una ola de violencia generalizada , reprimida ciegamente por los chulavitas quienes se encargaron de perpetrar los peores crímenes de Estado y que desencadenarían el origen de las guerrillas en la historia de Colombia.
¿Quién mando a matar al doctor Gaitán? Conteste, le objetaban a Juan Roa, mientras éste se encontraba acorralado y arrodillado en la droguería Granada de la carrera Séptima suplicando por su vida. ¿Por qué cometió este crimen? ¡Ay señor! Cosas poderosas que no le puedo decir, contestó. ¡Ay, virgen del Carmen ayúdame! No, no puedo contestar, replicó....... El pueblo enardecido acabó con su vida..... Ya que Juan Roa había acabado con la vida de la esperanza de un pueblo, un pueblo sumergido en la desgracia de la desigualdad, sumergido en un bipartidismo oligárquico que había dominado el país por más de 90 años.
Juan Roa había acabado con un sueño de igualdad social, el sueño de la dignificación de una nación, una nación sometida a los designios de un imperialismo ancestral y que bajo otra figura hacia su aparición en la Novena conferencia Panamericana celebrada en lo que para aquel entonces llamaban la Atenas de Suramérica, esa Bogotá que por orden del presidente Mariano Ospina había sacado todos los " pordioseros", los vendedores ambulantes y había barrido con sus calles , para darle un tinte más vanguardista a un país que para aquel entonces era en su mayoría campesino, andaba en ruana, usaba sombrero y que hablaba de Su Merced. Ingenuo por naturaleza, que veía en la Novena Conferencia Panamericana una verdadera esperanza de progreso y como no, si se contaba nada más y nada menos que con la visita del general Marshall, el mismo que había ayudado en la reconstrucción de Europa tras las Segunda Guerra Mundial. Sólo que este y su imperio no tenían pretensiones con las Américas en algún esfuerzo manifiesto de alguna ayuda de tipo económico, su único interés, era el de fulminar política o militarmente cualquier indicio de comunismo en la región, un comunismo que sólo nace y crece por la necesidad de un pueblo oprimido y pisoteado, el mismo pueblo que veía en Jorge Eliecer Gaitán una anhelo, una salida, una ilusión.
Jorge Eliecer Gaitán luchó inalcanzablemente hasta el día de su muerte. "Somos descendientes de los bravos que aniquilaron las tiranías en este suelo sagrado. Somos capaces de sacrificar nuestras vidas para salvar la paz y la libertad de Colombia", exclamó en su último discurso, siendo esta alocución como una premonición de una muerte anunciada por los grupos tradicionales en el país, la ultraderecha de la época y por qué no, de los Estados Unidos, quienes vieron en Gaitán a un demonio liberal, sin saber que él no era el hombre sino la voz de un pueblo y ese pueblo es y debe ser superior a sus dirigentes. Lástima que esta consigna la olvidamos con el paso del tiempo y terminó con los años quedándose en el olvido, sin embargo desde acá le hemos querido dar un sentido homenaje a ese hombre que nos enseñó que existe la esperanza de un país mejor y de una Colombia en paz.
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