Dentro de las lógicas de caridad y asistencialismo, la pobreza ha sido vista como un sinónimo de inferioridad, no solamente por las élites políticas, económicas, sino también por la misma clase trabajadora. Resulta contradictorio que mientras muchos trabajan entre doce y dieciséis horas por un mínimo, algunos ejecutivos y congresistas reciban millones por pocas horas mal empeñadas y por prebendas partidistas. Es la lógica de menor trabajo, mayor ganancia. Pero el asunto no se reduce sólo a esto.
El carácter expansivo del sistema económico mundial, mide a las personas de acuerdo con su utilidad y las clasifica. Álvaro Sanabria Duque afirma que el capital distingue a los pobres cuya situación es provocada por factores externos a ellos, de aquellos cuya situación se le atribuye a deficiencias morales innatas. Es decir: son diferentes los que son pobres por una calamidad transitoria, de aquellos pobres de mente, sin aspiraciones a llegar a la riqueza o por lo menos a un mediano bienestar financiero.
El primer grupo por sus habilidades o conocimientos puede ser incluido en la economía formal con un bajo nivel de bienestar. El segundo, en cambio, está excluido de la economía formal en condiciones de pobreza extrema y de miseria. Se muestra al resto de la sociedad como un ejemplo de valores “reprochables”. En palabras de Álvaro Sanabria Duque “si para el capitalista el trabajador representaba lo otro, para el trabajador la otredad se la definía el indigente.”
Veamos un pequeño ejemplo: a principio de año, desplazados se asentaron en una cuadra del Barrio Carvajal, hacia el suroccidente de Bogotá. Ante lo cual, algunos habitantes interpusieron una acción de tutela para el levantamiento de los cambuches, argumentado la pérdida del espacio público, que se reflejaba en una pérdida económica para los comerciantes de la zona. En este caso, el barrio no es precisamente la expresión de la opulencia; sin embargo, en una sociedad clasista, la invención del “otro” pretende un lugar superior en la jerarquía.
El ejemplo no solo ilustra la clasificación de la pobreza. También evidencia un Estado y un sistema económico en crisis, cuyas políticas ni siquiera pueden mantener la normalidad de ese orden establecido: tanto los desplazados del Carvajal, como los del resto del territorio nacional, e incluso a nivel de Latinoamérica, en su mayoría, pasaron de ser propietarios (por sus tierras), a vivir en condiciones de pobreza y, en algunos casos, de miseria. Al respecto, la única preocupación del Estado es cómo desalojarlos y las únicas medidas son las amenazas de Bienestar Familiar para retirar la custodia de los niños o la entrega ocasional de mercados y subsidios.
La crisis económica mundial arroja resultados como el aumento masivo del desempleo, la pérdida de viviendas, la escasez y alza de precios de los alimentos, el desplazamiento, etc. Y si nos ponemos a analizar las medidas que empresarios y Estados están tomando para hacerle frente a la crisis, son mecanismos guiados a reestructurar las formas de acumulación. Basta con mirar las siguientes preguntas: ¿Qué estrategia de negocios usamos para salvar de la quiebra a la General Motors? ¿Qué inyección de capital puede aportar el Estado para el sector financiero? Ni siquiera se contempla la posibilidad de hacer preguntas como: ¿Qué tipo de reforma agraria se necesita para que las comunidades y naciones puedan autoabastecerse? O qué tal esta: ¿En cuánto se puede subir el salario mínimo para que los trabajadores no solo sean una fuerza productiva, sino consumidores que le den equilibrio al sistema económico?
En una situación como esta el empobrecimiento es generalizado. Es la misma pobreza para el propietario que para el desplazado, porque el primero se convierte fácilmente en el segundo por las leyes del mercado. Quedan dos preguntas para la clase media en descenso y para “los pobres no tan pobres”, por ahora: ¿La pobreza será un tema de moral? ¿Se solucionará abriendo más casas de reclusión o repartiendo de vez en cuando unos bonos y mercados?