LA GRAN MARCHA PATRIÓTICA QUE EL PAÍS FINGIÓ NO VER.
Por: Maureen Maya.
Fecha de publicación: 27 de julio 2010.
El miércoles 21 de julio, las organizaciones indígenas, sociales y campesinas convocaron a la Marcha Patriótica y el Cabildo Abierto por la Independencia, con el objetivo de preguntar si en efecto Colombia es una nación libre, soberana e independiente. La Marcha rechazaba la conmemoración del Bicentenario al considerar que esta celebración no da cuenta de 200 años de resistencia por parte de los pueblos indígenas. El rechazo también se expresó de manera clara y tajante contra la política de seguridad democrática y el desastre moral que lega el país -tras 8 años de gobierno- el presidente Uribe. Rechazo a la impunidad, a los falsos positivos, las ejecuciones extrajudiciales, las desapariciones forzadas, el desplazamiento forzado, la represión militar, la estigmatización, los arrestos arbitrarios, la exclusión política y social, el racismo, la violencia, el desempleo, el analfabetismo y la miseria. Rechazo a presencia de bases militares gringas en el país, al imperialismo y a la negativa para realizar acuerdos humanitarios entre gobierno e insurgencia para lograr la libertad de los prisioneros de guerra, los detenidos políticos y los secuestrados. Contra el terrorismo de Estado, el engaño y la manipulación.
Cerca de 25 mil personas provenientes de distintos puntos del país marcharon en Bogotá organizadamente. Y aún cuando la ciudad prácticamente colapsó tanto al medio día como en la noche cuando los indígenas retornaron a la Universidad Nacional, la cual ocupan desde hace varios días, y bloquearon las principales avenidas de la ciudad generando una gran conmoción vehicular, el hecho no fue noticia. Uno que otro medio afirmó que por breves instantes se había bloqueado el servicio de transmilenio por unas protestas sociales. Nada más. Ningún medio nacional, fuera de El Espectador que se refirió a las razones legítimas para la protesta y de paso condenó la toma de la Universidad Nacional, reveló la magnitud de la marcha, ni contó que la Plaza de Bolívar se quedó chica para albergar a todos los marchantes. Aunque disguste a muchos, no se puede negar que esta gran movilización, sólo comparable con las históricas del Primero de Mayo, superó con creces las convocadas por el uribismo que contrario a ésta, contaron con todos los recursos propagandísticos del gobierno y el oficialismo.
Firmes, prevenidos y furiosos, rechazando el registro fotográfico e interrogando a quien pretendía registrar este hecho para la posteridad, los indígenas y campesinos protagonizaron una de las jornadas sociales más exitosas que hayamos podido presenciar en mucho tiempo.
Son 200 años de resistencia y opresión que siguen vigentes y que nos recuerda que esa gran deuda con la historia sigue sin ser saldada. Los pueblos, tal como ayer, se resisten a vivir en el destierro, el miedo y el olvido. Y por eso se toman las calles, los edificios públicos y gritan lo que esta nación ya debería tener claro: nuestra memoria (aún confiscada) es de resistencia y dignidad.
La memoria de los pueblos pertenece a los pueblos, y la guillotina de la mentira que imponen los gobiernos autoritarios y mesiánicos, debe ser vencida. Para ello es urgente que nosotros, ciudadanos hijos de esta patria boba, empecemos replantear no sólo nuestro discurso como sujetos sociales, históricos y humanos, sino que decididamente le apostemos a la creación de nuevos escenarios públicos en los que la voz de los silenciados, los marginados, los desterrados y los olvidados, tenga cabida en nuestro recuerdo colectivo. Donde esa voz marginal, dolorosa y altiva resuene amplia y profundamente, recorra valles, cordilleras, corazones, saberes, palabras, recuerdos y libros de historia. Sólo así podremos empezar a construir una nueva historia, y un genuino proyecto de nación amplio, honesto y convocante sin oprimidos ni opresores.
Walter Benjamín, víctima de nuestra historia pérfida y violenta, señaló alguna vez que la redención de la especie humana estaba en su memoria, en la memoria de las víctimas del horror. Por eso se pregunta: “¿Qué hacemos con las víctimas de la violencia? ¿Qué pasa con los perdedores, con los vencidos, con los desechos de la historia? ¿Podemos concebir alguna esperanza para ellos? ¿Se ha pronunciado ya la última palabra sobre su dolor y su muerte?”
“Que esa memoria no se olvide, pues mientras la causa de los vencidos no triunfe, siempre serán posibles nuevos holocaustos”.
Walter Benjamin
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