Del 23 de marzo al 2 de abril se desarrolló la Minga Humanitaria por la Vida y la Dignidad del Pueblo Awá, en territorio selvático nariñense, a propósito de la masacre que las FARC ejecutaron en febrero.
Por: Sergio Vargas - Especial EL MACARENAZOO.
Fecha de publicación: 5 de abril de 2009.
Desde el 23 de marzo hasta el 2 de abril, se desarrolló en territorio indígena Awá la Minga Humanitaria por la Vida y la Dignidad del pueblo Awá. Los Awá están asentados en el sur occidente del país y el noroccidente del país vecino de Ecuador. Esta comunidad que desde tiempos milenarios ha ocupado las tropicales tierras de la selva nariñense, principalmente, ha sido una víctima más de la escabrosa guerra que sufre el país. En 2006, decenas de familias tuvieron que abandonar sus ranchos y trasladarse al casco urbano del municipio de Ricaurte, debido a los enfrentamientos que sostenían guerrilla y Ejército en sus montañas. Asimismo, otras cientos de personas han sufrido desde el 2005 de una severa crisis alimentaria que ha deteriorado la calidad de vida de varias familias; el principal factor para que esto suceda es el intensivo plan de fumigaciones que enarbola el Plan Colombia desde una década atrás, que, no bastando con acabar la coca, la marihuana y la amapola, también destruye y estropea cultivos autóctonos. En su momento, el gobierno de Álvaro Uribe acusó a los indígenas de ser colaboradores de la guerrilla, bajo la premisa de ser cultivadores de coca. Desde el año pasado, en septiembre, es la guerrilla quien acusa a los indígenas de ser auxiliadores de las Fuerzas Armadas. Ese mes, el grupo insurgente cometió la primera masacre en territorio selvático Awá; y ahora, en febrero, volvió a retener, masacrar y torturar a cerca de 17 personas, pero sólo se responsabilizó de la muerte de ocho, por ser colaboradores del Ejército, según el comunicado del frente que opera en Nariño. Debido a esta situación deleznable, la comunidad del pueblo Awá decidió organizar una misión humanitaria que buscase el lugar de los hechos, y el paradero de sus hermanos asesinados; la misión fue llamada Minga Humanitaria, y finalizó con excelentes resultados en materia investigativa.
EL MACARENAZOO estuvo caminando la palabra en la selva, proclamando el hecho histórico de avanzar en busca de la verdad pese a los riesgos que corrían los cerca de 600 participantes: encuentro con minas quiebra patas, presencia en la zona de todos los actores del conflicto armado (Ejército, FARC; ELN y el grupo narcoparamilitar Los Rastrojos), clima agreste, etc. El punto de partida de esta Minga Humanitaria fue en el resguardo del Gran Sábalo ubicado en El Diviso, corregimiento del municipio de Barbacoas, donde hasta un día antes (domingo 22 de marzo) el ministro del interior Fabio Valencia Cossio, en una actitud obstinada y prepotente, llegó con su comitiva militarista y trató infructuosamente de detener el avance de la minga, que ese día estaba ultimando los detalles de su salida. Dijo, entre otras cosas, que el gobierno no se responsabilizaría de lo que pasare a la comisión humanitaria en caso de entrar sin el aparato de guerra estatal, o, lo que es lo mismo, acompañados del Ejército. Prometió, asimismo, que respetaría la decisión de las autoridades indígenas, que a su vez le hicieron el llamado para que cesase operaciones militares en el territorio de Tortugaña - Telembí, resguardo Awá donde ocurrió la masacre. Aunque dijo que haría lo posible por evitar la presencia de tropas en nuestro recorrido, hubo un encuentro con éste actor armado en pleno desarrollo de la minga.
De El Diviso se llegó a Buena Vista, comunidad integrada principalmente por la comunidad afro; oficialmente desde allí inició el trasegar de esta Minga de Vida. Fueron once días de intensas caminatas, pequeñas enfermedades y con momentos de tristeza al encontrar ocho cadáveres de los hermanos aniquilados. De Buena Vista llegamos al Consejo Afro Yakula, y de ahí al imponente río Ñambí, que se atravesó con las balsas que la misma comisión elaboró. Pasando el río, descansamos la primera noche en selva, martes 24. El miércoles partimos a Palicito, donde aún se conservan ranchos de madera y paja intactos, aunque abandonados; en el camino, la presencia de estos ranchos indica el modo de vida en que la comunidad se desenvuelve: Los Awá no son sedentarios, y era común observar que las familias permaneciesen sólo un año en cada habitáculo, se iban trasladando paulatinamente de sus casas. Su territorio, ahora, escenario de guerra, impide que las tradiciones se mantengan, salir o entrar puede costar la propia vida. Hoy se acostumbran a convivir más hacinados en los albergues que en cascos urbanos se disponen para ello, debido a su condición de desplazados por la violencia; a tolerarse más cerca (porque la lejanía de los ranchos vecinos hacía que sus costumbres familiares fueran más privadas), a convivir en cuanto pequeño cuarto haya. Al Gran Sábalo, solamente, desde febrero, habían llegado 100 personas desplazadas.
En Palicito amanecimos el día jueves 26, y de allí partimos al cerro El Pundé, donde la comisión de investigación en compañía de los indígenas de la zona, pudieron verificar la presencia de tres fosas, con víctimas de la masacre del año pasado. Las cavidades fúnebres fueron hechas por un vecino de la zona que encontró los tres cuerpos inertes poco después de su cruel silenciamiento, y decidió enterrarlos. Debido a la imposibilidad de trasladar los cuerpos, al peligro en cuanto a salud y seguridad que representan los cadáveres, la misión cumplió con el objetivo que el Estado con todo su andamiaje tecnológico, financiero, forense, no fue capaz de resolver: Ubicar con coordenadas y sitio exacto los cuerpos, para que posteriormente los organismos pertinentes, Fiscalía y Procuraduría, realicen las investigaciones propias. Después de haber realizado el hallazgo, la comisión se trasladó al río Telembí, donde durmió ese cuarto día de Minga. Del río Telembí se partió el viernes 27 al cerro El Volteadero, donde los primeros mingueros y mingueras fueron sorprendidos por fusiles apuntando hacia ellos; era el Ejército, que estando en la zona, vio como una potencial amenaza la llegada de cientos de indígenas armados con bastones de mando, en medio de la manigua nariñense. Al principio el Ejército se mostró hostil frente a la Minga Humanitaria, pero la presencia de la guardia indígena, de dos delegados de la Defensoría del Pueblo, y de un periodista francés que no vaciló en tomar fotos pese a los gritos insultantes de los soldados contra éste, rebajó los ánimos de los invasores, a tal punto que se fueron con la cabeza cabizbaja y su fusil con mirada al suelo: La Minga había tomado control rápidamente, sin la utilización de violencia o trasgresión alguna. Los seis grupos que conformaban la Minga eran integrados por las guardias indígenas Awá, del CRIC (Consejo Regional Indígena del Cauca), la ORIVAC (Organización Regional Indígena del Valle del Cauca), delegaciones regionales de Quindío, Caldas, Risaralda, Antioquia, Tolima, Putumayo, Amazonas, delegados de la ONIC (Organización Nacional Indígena de Colombia), así como de la UNIPA (Unidad Indígena del Pueblo Awá), y distintos acompañantes como periodistas, e incluso el senador Jesús Piñacué. La mayoría de estos grupos se asentaron desde el quinto día de minga en el lugar donde quería pernoctar el Ejército, aunque según se evidenció, éste ya había estado allí; se encontraron, asimismo, tres cédulas de ciudadanía, de donde se estableció que uno era un desaparecido de la masacre de febrero. Otro grupo se asentó una loma más arriba.
Desde el sexto día de minga, o sea el sábado 28, El Volteadero sirvió de base de operaciones de la Minga en terreno. Ese día nos trasladamos a El Bravo, en una montaña colindante, donde encontramos el lugar donde vivían varios de los muertos; en el rancho que encontramos se pudo constatar que quienes habitaban allí habían salido rápidamente sin tener tiempo siquiera de recoger enseres, y aún, de tomar sus gallinas, éstas estaban en un total estado de abandono, pero lograban sobrevivir por los puñados de maíz que aún quedaba en la casa. Se constató que el Ejército entró al inmueble, pues paquetes de las raciones de campaña estaban botados adentro, además el techo del lugar estaba con varias fisuras, señal de que aterrizaban helicópteros al frente. Fue en ese momento que una comisión de la Cruz Roja Colombiana llegó desde el aire preguntando por nuestro estado de salud, y curiosamente, bastante interesado en el senador Jesús Piñacué. La comisión que estaba en El Bravo sugirió al helicoportado trasladarse a El Volteadero, pues allí estaba un enfermo que urgía ser trasladado, mientras Piñacué dijo sentirse mejor dentro de la selva que fuera. Más tarde nos enteramos que otro helicóptero civil llegó con remesas (comida) de Acción Social a El Volteadero, y que esto había ocurrido porque algunos medios masivos de propaganda habían injuriado de la Minga con el argumento de que los indígenas se “estaban muriendo de hambre” en la selva, y que el senador Piñacué era uno de los más afectados. En definitiva, nos dieron exceso de comida, al finalizar la minga, días después, sobraron bultos que fueron distribuidos entre la población desplazada de El Diviso.
Para el séptimo día de Minga Humanitaria, domingo 29 de marzo, partimos de El Bravo a buscar el lugar donde un campesino de la zona había enterrado cuatro cuerpos que pertenecían a la masacre de febrero, perpetrada por las FARC. Caminamos a través del río Bravo, pues según indican los testimonios, en las riberas del río fueron masacradas y arrojadas varias personas. En compañía de quien encontró cuatro cadáveres, fuimos a donde él nos señaló había enterrado a los hermanos indígenas. Inicialmente encontramos las cintas de seguridad que la Fiscalía coloca en el hallazgo de fosas que sirven de material probatorio en cualquier investigación penal. Fueron los tres únicos cuerpos que el Estado pudo identificar, posterior a la masacre. Curiosamente, sólo unos cuantos metros río arriba, empezamos a encontrar otros cuerpos enterrados junto al río. Cuatro en total, distanciados el uno del otro por apenas unos centenares de metros, todos junto al río; ropa cortada, camisas y otras vestimentas que suponemos eran de las víctimas, merodeaban el lugar, así como cintas de seguridad y elementos que los organismos estatales encargados habían abandonado. Todos fueron destapados, se coligió el lugar y fueron establecidas las coordenadas de cada sitio. Fue el día más agridulce, pues la Minga que estaba preparada para encontrar estos vejámenes estaba demostrando que la acción civil puede contribuir al éxito de cualquier misión humanitaria, sin la injerencia de armas, sobretodo, y con la utilización de los organismos estatales cumpliendo su misión institucional, dictada por la comunidad; y por otro lado, saber que mientras allí toda agua puede ser consumida sin temor, que los bosques aún están vírgenes, que hay especies que cuelgan de los árboles libremente como los osos perezosos, es triste ver que en medio del corazón de la madre naturaleza se asesinan despiadadamente a nuestros hermanos; es muy molesto, da ira y melancolía que nuestras selvas, nuestros territorios ancestrales sean utilizados como arma política de la guerra ajena. Al regreso encontramos centeneras de vainillas, que dan cuenta de enfrentamientos acaecidos en la zona; la mayoría, se presupone, de propiedad del Ejército.
En el octavo día de Minga, lunes 30 de marzo, se desplazó la última comisión a una vereda cercana de El Volteadero, loma arriba. Allí, se encontró la octava tumba, se hizo el registro pertinente, pero, además, se hallaron pruebas de la presencia guerrillera: Trincheras construidas en el subsuelo y galones con estopines, aparentemente utilizados como bombas que funcionan con el mismo mecanismo de las minas quiebra patas, incluso se hallaban banderas blancas justo encima de donde estaban construidas las trincheras.
En el paso que utilizamos cerca de cuatro veces para desplazarnos de El Volteadero a El Bravo encontramos una mina que estaba desactivada, pero que fue acordonada por la seguridad de los mingueros. Estaba tapada con tierra, pero la salida de dos cables dio cuenta de que estuvimos al borde de una tragedia, no queríamos venir con más muertos. En ese mismo paso, se encontraba, al lado de la trocha, un laboratorio de procesamiento de cocaína. Desde la primera hasta la última vez que lo vimos hubo cambios sustanciales; al principio un plástico transparente lo recubría, pero ya al final éste se había caído, y varias canecas en su interior habían sido movidas. La Minga tenía prohibido pisar este tipo de terrenos, por lo cual es ilógico pensar que un miembro de la comisión humanitaria pudiera haber generado estos cambios, además integrantes de la guardia indígena aseguraron haber visto en sus inmediaciones dos guerrilleros armados ingresando al laboratorio.
El lunes 31 de marzo inició el camino de vuelta. Desde tempranas horas de la mañana la Minga salió de El Volteadero rumbo a Buena Vista, en donde llegó al día siguiente con la satisfacción del deber cumplido, empero, la misión llegó con dos miembros más: Un joven y un abuelo que debieron huir de una vereda cercana por la inminente presencia de la guerrilla y el temor de un enfrentamiento entre ésta y el Ejército. Al encontrar la Minga, ellos se fueron protegidos, pero con la impotencia en el corazón por dejar la selva e internarse en un territorio donde las amplias comodidades de esta podrían verse sofocadas por el hacinamiento del desplazamiento colectivo que ahora amplia la población de municipios, corregimientos y resguardos vecinos.
Las imágenes de todos estos lugares y situaciones podrán ser vistas y escuchadas a través de EL MACARENAZOO, que a lo largo de esta semana publicará el especial Multimedia a través de la página web.
PD: Hacemos un llamado al gobierno y a los organismos defensores de derechos humanos a velar por la integridad y seguridad social de los pobladores de la región; algunos testigos de la masacre aún permanecen internados en sus ranchos selváticos, e incluso uno de ellos convive con una menor de edad que está muy enferma, por lo cual es imperioso que antes de iniciar las labores militaristas esta semana (pues para ellos, esa es la única forma de garantizar la seguridad de los organismos que se desplacen allí), la Cruz Roja o el Ministerio de Protección Social gestionen las ayudas necesarias, sin escatimar esfuerzos que permitan garantizar el derecho a la vida de estos colombianos.