Por: Miguel Sánchez.
Fecha de publicación: 17 de febrero de 2016.
Ahora en las tardes soleadas, el cielo azul contrasta con el amarillo del sol mientras las nubes grises avisan una lluvia torrencial. Los pasos de mis pies son mecánicos, no se detienen, no aguardan al aviso de mi cerebro, siguen, siguen, siguen… siguen ¡siguen! ¡siguen! ¡siguen!
Las calles repletas de andantes exhibían el símbolo de la capital Bogotana… ¡Entonces! … un pueblo en soledad; sombras errantes cegadas en la vista y frías en el alma andan sin rumbo por laberintos, calles de odio temor envidia centellean fulgurantes en la oscuridad ¡en la sed!
Cada vez que avanzo recuerdo que mi última cena fue hace cuatro días, posiblemente una semana; las tripas se aburrieron de rugir, de vez en cuando las consolaba con tallos o alguna piedra blanda. Comprendí al fin que la muerte estaba de mi lado y el único final era… ¡Era!
Qué ha ser de tí, generación que vienes y vas en la velocidad del tiempo, sin medirlo nunca ¡nunca! te detienes y dejas de temer de ti. Te carcomerás en lo más inhóspito de tu propio infierno y aquí arderás por tu devoción y tus rezos y tus santos serán los causantes del primer pecado. Devorador, cada llaga que abriste en tu misericordia será retratada en tí como la cicatriz del sufrimiento de los que ahora son insensibles por tu causa.
Divisaba el horizonte, lo veía acercarse más a cada paso. Las emociones vertiginosas saciaban mi sed. Mi cuerpo fue desintegrándose; tributo para la humanidad doliente, mi alma caía en el hado universal. Comprendí pues la verdad de los padres… verdad ¡verdad! ¡verdadd!... ¿verdad?
¡Oh, pies putrefactos, eviten dejar huella ya que las cenizas del apocalipsis es su sendero!