Por: Zamoan.
Fecha de publicación: 17 de diciembre de 2014.
Juan Antonio Roda.
“Quihica, para los antiguos habitantes originarios de Bogotá significaba puerta”
E. Galeano.
La sombra de mi vida se distingue por su imperturbable soledad que se extiende por cada minuto de mi existencia; el desprecio por la sobriedad y del paso turbio y contemplativo de la vida son llagas profundas de mi alma; la lucha sangrienta contra el salvajismo capitalista y el olvido de los sentidos de la vida me incita a recorrer las calles de la ciudad, industria, en profundas lagunas mentales de alcohol, uno de los pocos lugares que me genera olvido.
Ayer, terminando de cumplir mi papel de engrane en este sistema, encontré un hombre que traía a mi memoria apacibles recuerdos del pasado, me acerqué a él tras varias botellas de cerveza, mientras él me relató el final de su convivencia conyugal la cual tuvo un desenlace bastante funesto; su mujer había desocupado el apartamento donde vivían, llevándose consigo todos los muebles indispensables para la vida moderna que él había comprado en su totalidad con los ahorros de años de trabajo, también su ropa, lo cual por deducción consideramos que su amante era de la misma talla, también a su hijo, desapareció sin dejar rastro. Este hombre se encontraba en la más profunda de las angustias; su vida solo se limitaba a un tormentoso recordar.
Siendo yo un admirador profundo de los símbolos y de sus diferentes significaciones siempre mis actos han obedecido a una interpretación de los mismos, lo que me ha ocasionado problemas en muchas ocasiones; la semana anterior, al entablar el diálogo con aquel hombre, fui arrestado por la policía al ser descubierto arrojando piedras a un portal del sistema de trasporte urbano por lo cual me vi reducido a pagar 24 horas de cárcel; mientras me hallaba cumpliendo mi condena en esta repugnante mazmorra o celda junto a un número considerable de habitantes de calle y sus insoportables olores, más los gritos del carcelero, quien nos decía que no merecíamos vivir, me dispuse a dormir, y mientras soñaba encontré una respuesta sobre una duda que yacía en mi mente durante varias semanas, era mi aporte en la tradición occidental de navidad; el quihica necesario para la creación de un cuadro roto, por lo cual inmediatamente fui liberado. Me remití a capturar un gallinazo y encerrarlo en una jaula durante varios días sin darle de comer (práctica salvaje pero necesaria para mi tarea), en varias ocasiones pensaba en quién sería el elegido para cumplir esta tarea de la puerta, del marco que rompería, un quihica en una sociedad decepcionada y fracturada era necesario.
En el instante en que noté su sombría mirada, comprendí que él era el elegido; en su mirada se mostraba esa profunda afección de quien yace en pena, y su luz solo se proyecta para sus entrañas, como buscando su error en el pasado. La conversación se desarrollaba al ritmo de la cerveza mientras las musas iluminaban mi manera de actuar, la noche era de un azul celeste y una luna llena iluminaría todas mis acciones; yo buscaba el momento preciso para actuar; le dije que nos marcháramos del lugar donde consumimos algunas cervezas, y nos dirigimos en las motos hacia un parque cercano a mi casa, cada uno conducía su moto en estado de ebriedad, los huecos, andenes y bolardos no eran problema; la noche cada vez era más turbia y un fuego incontrolable se apoderaba de mi cuerpo.
Ya en el parque ubicados bajo un árbol en avanzado estado de embriaguez destapamos una botella de vino seco, a nombre de Dionisio, mientras tomamos los primeros sorbos el hombre se tornó incoherente, cosa que me obligó a actuar; mientras él se hastiaba en una verborrea casi incontrolable, me dirigí rápidamente a mi casa para sacar dos elementos: el gallinazo hambriento y una bolsa negra para cadáveres humanos; ubicados los instrumentos, vi cómo en un acto visionario el gallinazo dirigió su mirada hacia el hombre que se encontraba en un largo discurso verborreico; el gallinazo ya entendía su misión; tomé un trozo de tronco y golpee su cabeza de la forma más salvaje; al tiempo que lo sumergí entre la bolsa negra; rápidamente amarré el cuerpo a la parte trasera de mi moto, junto al gallinazo, me dirigí por la avenida hacia el lugar donde la navidad era celebrada por la mayoría de celebridades del país; a estos seres que se escudriñaban en su estética, dedicaría mí cuadro roto.
Al llegar a aquel lugar me sobrecogí al presenciar los cientos de artefactos navideños que adornaban el parque, el lugar se encontraba vacío; vi un árbol que sobresalía de entre los otros por la falta de “decoración”, tomé una soga, saqué al hombre del saco, no sé si aún vivía, porque mi estado de alcoholemia no me permitía razonamiento alguno; introduje su cabeza en la soga que rápidamente amarré al árbol, luego di varias vueltas a la soga para tensionarla, subí el cuerpo hasta la rama, para luego dejarlo a la gravedad, lo cual ocasionó un fuerte traqueo; mientras quedaba suspendido en el aire con un movimiento circular, tomé al gallinazo que yacía desesperado, inmediatamente lo lancé hacia el cuerpo del hombre, se agarró del pecho del hombre y comenzó a devorar su cuello; yo bebí vino seco, mientras contemplaba aquel cuadro roto, leí en voz alta: “Ya para qué seguir siendo árbol/si el verano de dos años/ me arrancó las hojas y las flores/ Ya para qué seguir siendo árbol/ si el viento no canta en mi follaje/ si mis pájaros migraron a otros lugares/ Ya para qué seguir siendo árbol/ sin habitantes/ a no ser esos ahorcados que penden/ de mis ramas/ como frutas podridas en otoño”, pequeña Elegía de Raúl Gómez Jattin, para el árbol, para el hombre, para el gallinazo, para mí; terminé el vino, terminé el poema, me marché solo pensando en el quihica, el cuadro roto.