CAMINO PARA EL OLVIDO
Que venga la muerte
y toque la puerta.
Que venga en la tarde,
en la noche, en el día,
no importa; estaremos
bañando las flores,
preparando café,
durmiendo a los niños.
Que venga y pregunte
el día de la siega
el nombre del pueblo,
de los campesinos;
y pase revista
en el parque central.
Que venga y se burle
de estos nuestros miedos.
Que nos forme a todos,
uno junto al otro,
apuntando nuestras
frentes, nuestro pecho,
nuestro pie embarrado.
Que venga y nos pegue
que todos pondremos
esta otra mejilla,
bañada de llanto,
de triste impotencia,
de lluvia doliente.
Que venga la muerte
y nos rasgue la piel,
nos quite los dedos,
nos cierre los ojos,
nos rompa los dientes,
nos bote a la brisa;
y nos abandone
en esta intemperie
en donde los buitres
nos abran los poros,
nos chupen la sangre,
nos quiebren los huesos,
nos piquen las sienes,
mientras nos tragamos
la lengua tratando
de no sentir nada
y de no esculpir más
sonrisas oscuras
en nuestros fríos párpados.
Que venga sin afán.
Que venga silente
y, como una fiera,
nos ponga en su boca
con sus garras de hiel;
y cabe profundo
cubriendo nuestra voz
hasta que no seamos
más que un vago sueño,
más que un gris murmullo,
una hoja seca en el
camino olvidado,
una plasta verde
de mierda asoleada.
Que venga sin temor,
que nuestra venganza,
nuestro grito ardiente y
nuestra espada serán
estas letras tenues
de hambre exiliada;
éstas simples líneas
de errante cansado;
líneas que de pronto
ningún hombre leerá.