No es un campo de refugiados lo que aparece en la portada ¿o sí? Bueno, no están reconocidos como tal. Nadie los mira para olvidar la complicidad con esta guerra y con escenarios como estos, cada día más frecuentes por todo el país, gracias a nuestro silencio y al del periodismo oficial que vocifera que aquí no hay guerra, a pesar de los conflictos internacionales y del impuesto a la misma. Los que pelean son otros: “Nosotros no disparamos, son los hipopótamos”.
A los vecinos del Carvajal en la localidad de Techotiba les correspondió ahora el turno de la guerra más de frente: convivir con las víctimas más directas del conflicto armado: los desplazados, en una de las calles del sector. Pequeños cambuches improvisados de madera, plástico, teja y sábana se agrupan sobre las ceras sirviendo de refugio a las 400 familias que vienen de distintas regiones del país y están aquí desde febrero 13, antes de la toma del parque Tercer Milenio con más de 2.500 seres humanos arrojados por la guerra a la ciudad.
Bueno sería preguntarnos, que pasaría si nuestro hijo fuera alguno de los niños que sin comprender termina cambiando el olor a tierra y el verde de las cosechas por el gris del cemento y el asqueroso humo de los carros. Estos desplazados, a diferencia de los del Tercer Milenio, no reciben ninguna ayuda y por eso viven de la mendicidad y el rebusque. La mesa de negociación funciona desde hace dos semanas, pero aún no hay muchos avances pues en lugar de pedir vivienda y proyectos productivos, piden tierras. El Distrito carga entonces con la presión de cumplir la tutela interpuesta por comerciantes del sector para reubicar a estas familias, pero se debate entre el asistencialismo y el riesgo que representa seguir solucionando los problemas que genera el gobierno central con su política guerrerista, que en este tipo de situaciones no aparece por ningún lado a asumir su responsabilidad en el conflicto, como tampoco tiene nada qué decir en el abuso sexual a menores y el prostíbulo en que se convirtió Melgar gracias a los soldados norteamericanos que están en Tolemaida haciendo lo que se les da la gana.
Las cercas metálicas de la policía están puestas ahí como para que no vengan más, cuando se sabe que el problema es incontenible y que seguirán viniendo muchos más. Los veremos en un bus tres o cuatro veces en un mismo viaje, comerciando con chocolates, esferos, pequeños libros de bolsillo, música, en los mendigos apostados en nuestras calles, en el secuestro militar obligatorio, en la guerrilla, en el paramilitarismo, en la delincuencia, en la falta de oportunidades en un país que lo tiene todo, pero la mezquindad en que nos educaron nos enseñó a sobrevivir individualmente y es precisamente esa división la que nos tiene jodidos. Esta es la gloria inmarcesible y el júbilo inmortal que celebramos: salir de los españoles para que vinieran los gringos y todos los europeos a exprimirnos a distancia o en bases sofisticadas por toda la colonia colombiana.