Giulano
Para el Nano Derian.
BREVE HISTORIA DE LA SALSA
El nombre: El término "salsa" fué ADOPTADO por Jerry Masucci y Jhonny Pacheco para indicar la variacion de tempo y frase de la música afroantillana, o afrocaribeña, SURGIDA DE LAS DESCARGAS EN LOS PARQUES Y LAS CALLES DE BROOKLYN Y EL BRONX A COMIENZOS DE LA DECADA DE LOS SESENTA.
Los muchos expertos que inician sus mamotretos con mucha jerga semiológica y líricas de poco vuelo señalando el orígen de la salsa como el resultado de nuevas formas de interpretación de ritmos AFROCUBANOS (!!!!!) demuestran así su ignorancia sobre el fenómeno que originó lo que hoy llamamos salsa y que no resultó de un descubrimiento ocasional, espontáneo o inmediato, sino - típico de New York - de la combinaciones de aportes de músicos aficionados de Puerto Rico, Cuba, Colombia, Panamá, Venezuela y unos cuantos peruanos de tipo negroide que utilizaban la técnica del cajón para defenderse lo mejor que podían con la conga y el tamborín.
La Técnica: De la improvisación y las limitaciones instrumentales surgió la clave, al golpear los palos de la tumbadora uno contra otro produciendo una frase rítmica similar a un dos por dos, sincopado para no romper la armonía necesaria con la percusión mayor.
La fase comercial: La parte anterior, que omiten - por ignorancia - quienes desconocen los detalles históricos y anecdóticos de este período que dió a la clave su origen callejero y popular, dió paso a la interpretación de esta nueva forma en el Saint-George, de Brooklyn, que fué el primer lugar donde, en las inmediaciones de Van Siclen Avenue, se empezaron a formar las referidas descargas de fin de semana que reunían cada vez más y más asistencia de público y músicos aficionados.
Unas veces se realizaban estas marathones musicales en el Bronx, en el área de East Tremont, donde los Hermanos Lebrón aportaban los instrumentos, y otras en Staten Island donde los hermanos Valencia, de Buenaventura, aportaban sus tumbadoras y un piano medio desbaratado de propiedad de una maestra de música retirada que se llamaba Ethel y era judía.
Los hermanos Lebrón fueron los primeros en incluir la clave en sus orquestaciones.
Luego, en el Cheetah, Bobby Valentín y los hermanos Palmieri empezaron a interpretar sus propios temas, que nunca fueron grabados y eran completamente instrumentales.
El certificado de nacimiento se lo dió el maestro Lino Frías poniéndole la clave a algunos temas clásicos de La Sonora.
Y el carnet de identidad provino de Jerry Masucci y Jhonny Pacheco cuando en Agosto de l.971 presentó La Fania All Stars en el Cheetah con un repertorio exclusivamente de salsa.
LA SALSA EN CALI
La participación colombiana en el proceso de orígen y desarrollo de la salsa estuvo limitada mayormente a vallunos de Cali y Buenaventura, que entre otras cosas se distinguían en las descargas mencionadas porque eran los únicos que en lugar de güiros usaban maracas.
Aún conservo el cuaderno Bolivariano en el que Andrés Caicedo y yo, de nuestro propio puño y letra, le armábamos el play list y las rotaciones al dj de La Cascada, que fué el primer rumbeadero, por la Avenida Roosevelt, donde sonó la salsa.
Estudiantes de El Politécnico, Santa Librada, el Carmelitano de Don Sixto Angulo y otros colegios populares rompían suela los sábados y domingos desde la una hasta las seis y media, cuando se acababa chicha y se acababa baile y llegaba la hora de sacar el trago para la clientela de adultos que eran el fuerte del lugar.
Por las tardes el aguardiente había que meterlo de contrabando y Andrés Caicedo y su combo de hipposos gay que siempre lo acompañaba metían la marihuana.
El primer tema de salsa que sonó en la Cascada fué de Nelson y sus estrellas, un tema con un sonido tenaz y un coro que decía "Caracolito de río, caracolito de mar, vete y dile al amor mío, que canto por no llorar".
La música no llegaba en discos sino en grabaciones de las de carretel que infaltablemente le llevaba al administrador (un muchacho pariente del dueño de la Panadería Cuevas) un ex-jugador de las reservas del Deportivo Cali de apellido Tello que era el encargado de llevar a New York a las empleadas del servicio que contrataba la agencia de un gringo de apellido Strauss, cuya oficina quedaba en el edificio donde funcionaba el consulado americano. Muchas veces fuí con Andrés y el administrador de La Cascada a recibir las cintas que llevaba Tello.
Todavía no se escuchaba la salsa en El Séptimo Cielo ni El Infierno, y no existía El Cabo Rojeño ni el Honka Monka.
De La Cascada, los temas pasaban al bailadero que tenía Dídimo Núñez en Quinamayó, cerca a Santander de Quilichao.
De allí Dídimo las llevaba a Juanchito a una caseta que tenía en sociedad con Otto Ferro y que años después fué comprada y redecorada por el famoso "El Grillo".
A Andrés Caicedo lo conocí en el laboratorio del Doctor Jorge Estela Escobar, que era su tío y mi pariente, cuando coincidimos un día que fuímos por unos exámenes de sangre y pulmones para el inicio del año escolar.
Era el año 1962, yo tenía doce años y el once y juntos empezamos a escribir cuentos cortos y a obsesionarnos por la música y el cine.
En 1967 Andrés se empeñó en programar las funciones del Cine Club (que tuvo su primera sede en el Teatro San Nicolás, un dato que nunca he visto publicado, tal vez porque solo duró ahí cuatro funciones, debido a que el Párroco de la Iglesia, el Padre Paulssen se quejó ante el gerente por que le contaron que esas funciones eran en realidad un fumadero de marihuana) al mediodía.
En ese año yo jugaba en las reservas del América y después de los partidos me quedaba a hacerle barra al equipo de mi admirado Don Julio Tocker rumbo a su récord de 17 fechas invicto y eso, más el robo de una película por parte de uno de los marihuanos amigos de Andrés (la cinta había sido prestada por un distribuidor panameño al que yo le traducía las reseñas de las películas que venían en Inglés o italiano) la cual yo tuve que pagar me hicieron suspender definitivamente mi relación creativa y de amistad con él.
Ya me he curado de mi homofobia juvenil, pero sigo detestando la proclividad al vicio y la vida desordenada que arruina miserablemente el talento con el que Dios bendice a muchos artistas e intelectuales.
Y a propósito, ni Porfirio Barba Jacob, ni Andrés Caicedo, ni Edgar Allan Poe, ni Arthur Conan Doyle, etc. etc. etc, escribían bajo los efectos de las drogas.
Porfirio Barba Jacob salía a buscar muchachos, Edgar Allan Poe se quedaba dormido tirado en las aceras, Arthur Conan Doyle salía a buscar prostitutas y Andrés Caicedo se iba con Tomás Quintero a tomar fotos y nadar en los charcos de Santa Rita.
En una de esas trabadas campestres Carlos Barrera se tiró desde la roca más alta de un charco con menos agua que Marte y, lástimosamente, se quedó cuadraplejico. Afortunadamente a pesar de eso sigue pintando.