Comunicación Alternativa // ISSN 2145-390X

AUGUSTO TRISTON

Por Lujurio Tantra.
Fecha de publicación: 17 de diciembre de 2014.



El sabor de las lágrimas.


Augusto Tristón se disponía a rendirle tributo a la rutina, tomándose un café oscuro acompañado de un cigarrillo mentolado, como lo hacía hace ocho años. Augusto no pensó en aquel momento que aquella ceremonia que tan plácidamente ejecutaba ese día iba a ser diferente.


Él era un maestro de matemáticas, en una escuelita pública de primaria. En su barrio el joven era un ser intachable, no tomaba, no jugaba, no tenía algún vicio. Tan solo el amor a la docencia, porque lo que era el amor y el sexo de pareja eran desconocidos para él, a pesar de tener 30 años. Su vida transcurría del trabajo a la casa; de la casa al trabajo; del trabajo al supermercado; escoger la fruta, pagar los servicios, enseñar las tablitas 2x2=4, 4x2=8 y así sin ningún hecho extraordinario que lo sacara de la rutina.

En su casa vivía con su hermana María, una vieja solterona de 60 años que se pasaba la vida viendo telenovelas, velada su existencia, marcada por su insulsez, llena del vicio simple de cambiar canales, controlando su vida el control remoto, remontando su ataraxia de programas y propagandas, haciendo añicos sus relaciones humanas y escudriñando en la vida de sus vecinos, una mujer amargada que no enriquecía para nada la insípida existencia de Augusto, pero a la que éste quería como a su madre.

Parado en la puerta de su casa, meditabundo, miraba el horizonte, cavilaba sobre una teoría de física quántica que leyó en alguna revista especializada, le daba una calada a su cigarrillo, tomaba un poco de tinto y de nuevo su mente se perdía entre conjeturas y preguntas mientras las nubes por allá en el horizonte lejano tomaban formas oníricas, tanto como sus cavilaciones, cuando le quedaban unas últimas aspiraciones de su cigarro y jugaba con el cuncho del tinto, de pronto se sintió observado, miró hacia abajo y notó que un niño que calculó de unos 7 años le observaba. El niño de ojos grandes y pestañas prominentes que daban la sensación de pureza típica de ésta tierna edad, cosa que no se podía decir del resto de su rostro, una nariz roja y prominente como de anciano, su pelo de puerco espín y su piel exageradamente blanca como si nunca hubiera disfrutado de las bendiciones del sol. Claro está: Augusto no veía en el niño sus extrañas facciones, sino la inocente pureza de sus ojos, inspirado por su amor a la docencia, de manera que le sonrió al niño y con una voz tierna le dijo “¡Hola! ¿Como estas?” El niño de voz tímida le responde “bi…bi…bien gracias”.

“Imagino que vienes del colegio” dice Augusto con el tono típico del maestro condescendiente, que es permisivo con sus estudiantes. Un sí casi inaudible es la respuesta del niño a lo que el maestro continua invitándole algo de tomar; el docente hace seguir al niño y corre a la cocina para ver qué tiene de beber. Su hermana, quien estuvo atenta a la conversación desde el principio le grita con una voz despótica y de poca amabilidad “¡Quieres que te prepare algo!” a lo que él responde que “no tranquila, no te preocupes, mi amor, aquí abajo todo está controlado -con esa humildad exagerada que a veces lograba exasperar a sus colegas-… Tranquila, mamita. Sigue durmiendo”.

Augusto no encontró en su cocina más que agua y tiene que lavar el vaso para servir. Minucioso, lo lava con tal delicadeza, parece más bien que está haciendo una cirugía a corazón abierto y no lavando un vaso. Cuando acaba la operación pone el objeto a contra luz y lo observa con detenimiento. Se seca el sudor de la frente y prende el aparato de agua ozonizada, mientras reflexiona que tal vez sería bueno que su hermanita de vez en cuando le ayudara en algo, pues a veces su responsabilidad académica no le deja el tiempo necesario para cumplir con el aseo del hogar, alza los hombros y hace una pequeña sonrisa pensando que, “todo está bien, que eso es una pequeñez y no merece destruir la paz familiar”, toma el vaso con una servilleta y se dirige a la sala.

Se ubica en el umbral entre la cocina y la sala, la mitad de su rostro se ve iluminado por la luz que entra desde la sala y el resto de éste está ensombrecido por la oscuridad de la cocina, observa con detenimiento todo el lugar y no ve el niño. Al mirar con mayor atención… ¡Sus ojos saltan ante la imagen! ¡Su ritmo cardiaco se acelera al límite! “¡El niño!” El niño está frente a la puerta de la calle en cuatro patas y con sus cortos pantalones abajo, enseñando su vulnerable trasero y dice, tratando de poner una voz sensual: “hagamos el amor como lo hacen todos los adultos con los niños, que es de buena suerte, me dijeron, y a los que lo hacen, papá Noel en diciembre les trae más regalos”. Mientras dice esto mueve su incorrupto trasero como si bailara cumbia.

Un ataque de nervios posee a Tristón, no es para menos, el símbolo de la inocencia ha dado un giro incalculable, verosímil, tal vez para el psicoanalista pero no para un maestro de matemáticas recatado y mojigato. Tratando de controlar la situación se abalanza sobre el niño, lo agarra y trata de acomodarle los pantaloncitos, queriendo poner todo en su lugar correcto, gritándole al niño “has sufrido un trauma, que te tranquilices, que todo va a estar bien, que nadie te va a hacer daño” a lo que el niño responde con gritos y maldiciones como “hazme tuyo, tutor del demonio, me gustan agresivitos, trátame fuerte… Vamos …Hoooo, hooo gracias, gracias”, que se oyen por todos los rincones del barrio, los gritos ponen más nervioso a Augusto y en una decisión desesperada opta por taparle la boca.

Arriba su hermana con un esfuerzo sobrehumano se levanta de la cama, llega a las escaleras y, exaltada por el escándalo, empieza a bajar las escaleras de dos en dos haciendo un devastador intento por desplazar su cuerpo de 82 kilos de esa manera tan ágil, todo el esfuerzo hecho para llegar al final de las escaleras y ver a su hermano tratando de violar un niño y tapándole la boca para que no grite. Su hermano, su único hermano quien en todos estos años había cuidado de ella, ahora un… “¡Un vulgar violador!”. Ella gritó espantada, llevándose las manos a su rostro ya bañado en lágrimas.

La cabeza de Augusto da vueltas ¿En qué momento se hubo enfangado en tan asquerosa situación? ¿Cómo el símbolo de la inocencia podía arruinar el destino de un hombre?

En esos 15 minutos, Augusto Tristón sintió todas las emociones que no había tenido en sus 30 años de una fatua e insulsa existencia. Notó que la vida era la inmensa cagada de un dios irrisorio, todo se le mostró como una revelación de mal gusto, una concatenación algorítmica dio un resultado fastuoso, era simplemente improbable y sin embargo había sucedido.

Su hermana se vuelve, refundida, llena de angustia, se le revolvía el pasado con el presente en una orgía de voces, en un tumulto de desenmascaramiento. Corre a recoger el teléfono por alguna razón dejado en las escaleras desde el día anterior. Augusto se da cuenta, (“quiere llamar a la policía”) suelta el niño y corre tras ella gritando, “espera, es un mal entendido”. El niño sale de la casa dando berridos y subiéndose los pantalones, el cielo está empañado de cuervos humeantes. Adentro, Augusto tratando de detener a su hermana, la jala del saco, esta cae tres escalones, 82 kilos sobre un delicado tobillo, se lo parte obviamente, la situación se agrava un poco, al niño lo vio salir la vecina de Tristón, haciendo todo ese escándalo y subiéndose los pantalones, vieja frígida 10 años menor que María sin mayor ocupación que la de arreglar sus plantas y espiar la vida de sus vecinos.

Tenemos: la vecina mas chismosa del barrio viendo a un niño que sale de la casa del profesor dando berridos y subiéndose los pantalones; una hermana confundida, histérica y con un pie roto; un maestro, puritano, matemático, sufriendo un ataque de nervios; un niño que cree que la penetración anal es de buena suerte; resultado: reducción al absurdo.

La vecina marca en su teléfono de disco, Augusto marca 3 en su teléfono digital, la vecina marca 1, Augusto marca 3, la vecina 9 y dice:

“¡Aló, policía, para denunciar una violación!” Tristón marca 9 y dice “¡Aló, necesito una ambulancia para mi hermanita!” y ambos al unísono “¡Sí, la dirección es Cll 113 número 13-20 barrio Los Cristales!”

Se ve cómo irrumpen las sirenas en la soledad del barrio Los cristales, 3 minutos después llega la ambulancia y la patrulla de policía a la casa de Tristón.

Ya muchos sabemos qué hacen a los violadores en la cárcel para darles la bienvenida.

En una esquina del barrio se ven dos niños riendo, son dos alumnos de Tristón.

Uno le comenta al otro:

-
Bueno, de este ya nos vengamos, faltan el de español y el de dibujo ¡Qué bien salió el plan, eso les pasa por hacernos perder el año, cuchos pirobos!
 


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